"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

martes, 22 de septiembre de 2015

LA MUERTE, EL "MARAVILLOSO ALIVIO", SEGÚN ARTHUR SHOPENHAUER.-

Cuando en otoño se observa el pequeño mundo de los insectos y se ve que uno se prepara un lecho para dormir el pesado y largo sueño del invierno, que otro hace su capullo para pasar el invierno en estado de crisálida y renacer un día de primavera con toda su juventud y en toda su perfección, y en fin, que la mayoría de ellos, al tratar de tomar descanso en brazos de la muerte, se contentan con poner cuidadosamente sus huevecillos en lugar favorable para renacer un día rejuvenecidos en un nuevo ser, ¿ qué otra cosa es esto sino la doctrina de la inmortalidad enseñada por la naturaleza?
Arthur Shopenhauer.



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Según el pensamiento del filósofo alemán Arthur Shopenhauer (1788-1861), el verdadero infierno para los seres humanos está en la  Tierra. El mundo no constituye más que dolor y sufrimiento constantes. Contra la tesis de Leibniz (que recogería más tarde Voltaire en su cuento "Cándido"), de que éste es el mejor de los mundos posibles, Shopenhauer afirma radicalmente lo opuesto, es decir, que es el peor de los mundos posibles. Con razón, llaman a Shopenhauer el "filósofo del pesimismo". Por tanto, la muerte es para él algo positivo, "un maravilloso alivio", pues con ella se pone fin al sufrimiento del ser humano ("parece que la conclusión de toda actividad vital es un maravilloso alivio para la fuerza que la mantiene. Esto explica tal vez la expresión de dulce serenidad difundida en el rostro de la mayoría de los muertos"). En sus ideas acerca de la muerte, se refleja la influencia de Platón y de las filosofías hindúes (la transmigración de las almas), cuando dice "¿Dónde está esa nada cuyo abismo temes? Reconoce tu mismo ser en esa fuerza íntima, oculta, siempre activa, del árbol, que, a través de todas sus generaciones de hojas, no es atacada ni por el nacimiento ni por la muerte ¿No sucede con las generaciones humanas como con las de las hojas?".
Además de estas reflexiones acerca de la muerte, Shopenhauer afirma también que no hay distinción entre vigilia y sueño, entre realidad y sueño, como si  estar despiertos y estar durmiendo fuese lo mismo. Lo que afirmó la antiquísima filosofía india, lo que han dicho los poetas de todos los tiempos, desde Píndaro hasta Calderón, encuentra, según Shopenhauer, una confirmación decisiva en la conclusión idealista de la filosofía moderna: la vida es sueño, y se distingue del sueño propiamente dicho tan sólo por su mayor continuidad y conexión interior. Esto último, se está demostrando en cierta manera que puede ser cierto. Muy recientemente, leí un artículo en  el diario El País, titulado "Mientras tu cerebro duerme", escrito por Javier Sampedro (periodista y doctor en genética y biología molecular), donde se comentaba "las últimas investigaciones de la actividad cerebral durante el sueño REM (el sueño con sueños), donde se concluye que la actividad neuronal resulta ser "enormemente parecida a la vigilia, al mundo visual".Y que "ahí arriba estar soñando contigo no es tan diferente de mirarte". 
Hace años, recién fallecida nuestra madre, mi hermano y yo tuvimos varios sueños "especiales", donde aparecía ella y nos hablaba. Recuerdo que esos sueños tenían una apariencia muy viva, demasiado viva para tratarse de un sueño normal sin más, era como si de verdad estuviese hablando con ella. Quizás los sueños sirvan de puente de conexión con otras realidades que no podemos captar o percibir estando despiertos. 
La muerte es el "maravilloso alivio" ante una vida llena de sufrimiento, miseria y pena; el sueño es el viaje temporal a esa paz interior.








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La muerte es el genio inspirado, el Muságetas de la filosofía...Sin ella difícilmente se hubiera filosofado.
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Nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los dos extremos, los dos polos de todas las manifestaciones de la vida. Esto es lo que la más sabia de las mitologías, la de la India, expresa con un símbolo, dando como atributo a Siva, el dios de la destrucción, al mismo tiempo que su collar de cabezas de muerto, el "linga", órgano y símbolo de la generación. El amor es la compensación de la muerte, su correlativo esencial; se neutralizan, se suprimen el uno al otro. Por eso los griegos y los romanos adornaban esos preciosos sarcófagos que aún vemos hoy con bajorrelieves figurando fiestas, danzas, bodas, cazas, combates de animales, bacanales, en una palabra, imágenes de la vida más alegre, más animada, más intensa, hasta grupos voluptuosos y hasta sátiros ayuntados con cabras.
Su objeto era evidentemente llamar la atención al espíritu de la manera más sensible, por el contraste entre la muerte del hombre, quien se llora encerrado en la tumba, y la vida inmortal de la naturaleza.

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La muerte es el desate doloroso del nudo formado por la generación con voluptuosidad. Es la destrucción violenta del error fundamental de nuestro ser, el gran desengaño.


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La individualidad de la mayoría de los hombres es tan miserable y tan insignificante, que nada pierden con la muerte. Lo que en ellos pueden aún tener algún valor, es decir, los rasgos generales de humanidad, eso subsiste en los demás hombres. A la humanidad y no al individuo es a quien se le puede asegurar la duración.

Si le concediesen al hombre un vida eterna, la rigidez inmutable de su carácter y los estrechos límites de su inteligencia le parecerían a la larga tan monótonos y le inspirarían un disgusto tan grande, que para verse libre de ellos concluiría por preferir la nada.te
Exigir la inmortalidad del individuo es querer perpetuar un error hasta el infinito. En el fondo, toda individualidad es un error especial, una equivocación, algo que no  debiera existir, y el verdadero objetivo de la vida es librarnos de él.
Prueba de ello que la mayoría de los hombres, por no decir todos, están constituidos de tal suerte, que no podrían ser felices en ningún mundo donde sueñan verse colocados. Si ese mundo estuviera exento de miseria y de pena, se verían presa del tedio, y e la medida en que pudieran escapar de éste volverían a caer en las miserias, los tormentos, los sufrimientos. Así, pues, para conducir al hombre a un estado mejor, no bastaría ponerle en un mundo mejor, sino que sería preciso de toda necesidad transformarle totalmente, hacer de modo que no sea lo que es y que llegara a ser lo que no es. Por tanto, necesariamente tiene que dejar de ser lo que es.
Esta condición previa la realiza la muerte, y desde este punto de vista, concíbese su necesidad moral.
Ser colocado en otro mundo y cambiar totalmente su ser, son en el fondo una sola y misma cosa.
Una vez que la muerte ha puesto término a una conciencia individual, ¿sería deseable que esta misma conciencia  se concediese de nuevo para durar una eternidad? ¿qué contiene la mayor parte de las veces? Nada más que un torrente de ideas pobres, estrechas, terrenales y cuidados sin cuento. Dejadla, pues, descansar en paz para siempre.
Parece que la conclusión de toda actividad vital es un maravilloso alivio para la fuerza que la mantiene. Esto explica tal vez la expresión de dulce serenidad difundida en el rostro de la mayoría de los muertos.


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¡Cuán larga es la noche del tiempo ilimitado si se compara con el breve ensueño de la vida!



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Cuando en otoño se observa el pequeño mundo de los insectos y se ve que uno se prepara un lecho para dormir el pesado y largo sueño del invierno, que otro hace su capullo para pasar el invierno en estado de crisálida y renacer un día de primavera con toda su juventud y en toda su perfección, y en fin, que la mayoría de ellos, al tratar de tomar descanso en brazos de la muerte, se contentan con poner cuidadosamente sus huevecillos en lugar favorable para renacer un día rejuvenecidos en un nuevo ser, ¿ qué otra cosa es esto sino la doctrina de la inmortalidad enseñada por la naturaleza? Esto quiere darnos a entender que entre el sueño y la muerte no hay diferencias radicales, que ni el uno ni la otra ponen en peligro la existencia. El cuidado con que el insecto prepara su celdilla, su agujero, su nido, así como el alimento para la larva que ha de nacer en la primavera próxima, y hecho esto muere tranquilo, seméjase en todo al cuidado con que un hombre coloca en orden por la noche sus vestidos y dispone su desayuno para la mañana siguiente, y luego se duerme en paz.

Esto no podría suceder si el insecto que ha de morir en otoño, considerado en sí mismo y en su verdadera esencia, no fuese idéntico al que ha de desarrollarse en primavera, lo mismo que el hombre que se acuesta es el que después se levanta.


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Mirad vuestro perro, ¡qué tranquilo y contento está! Millares de perros han muerto antes de que éste viniese a la vida. Pero la desaparición de todos aquéllos no ha tocado para nada la idea del perro.

Esta idea no se ha oscurecido por su muerte. He aquí por qué vuestro perro está tan fresco, tan animado por fuerzas juveniles, como si éste fuera su primer día y no hubiese de tener término. A través de sus ojos brilla el principio indestructible que hay en él, el "archceus".
¿Qué es, pues lo que la muerte ha destruido a través de millares de años? No es el perro; ahí está, delante de vosotros, sin haber sufrido detrimento alguno. Sólo su sombra, su figura, es lo que la debilidad de nuestro conocimiento no puede percibir sino en el tiempo.


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Por su persistencia absoluta, la materia nos asegura una indestructibilidad, en virtud de la cual quien fuere incapaz de concebir otra idea podría consolarse con la de cierta inmortalidad. "¡Qué -se dirá-,la persistencia de un puro polvo, de una materia bruta, ¿puede ser la continuidad de nuestro ser?"

¿Pero conocéis ese polvo, sabéis lo que es y lo que puede? Antes de menospreciarlo aprended a conocerlo. Esta materia, que no es más que polvo y ceniza, disuelta muy pronto en el agua, se va a convertir en un cristal, a brillar  con el brillo de los metales, a producir chispas eléctricas, a manifestar su poder magnético..., a modelarse en plantas y animales y a desarrollar, en fin, en su seno misterioso esa vida cuya pérdida atormenta tanto a vuestro limitado espíritu. ¿No es nada, pus, el perdurar bajo la forma de esta materia?.
No conocemos mayor juego de dados que el juego del nacimiento y de la muerte. Preocupados, interesados, ansiosos hasta el extremo, asistimos a cada partida, porque a nuestros ojos todo va puesto en ella. Por el contrario, la naturaleza, siempre franca y abierta, se expresa acerca de este asunto de una manera muy diferente. Dice que nada le importa la vida o la muerte del individuo y esto lo expresa entregando la vida del animal y también la del hombre a menores azares, sin hacer ningún esfuerzo para salvarlos. Fijaos en el insecto que va por vuestro camino; el menos extravío involuntario de vuestro pie decide de su vida o de su muerte. Ved el animal de los bosques , desprovisto de todo medio de huir, defenderse, engañar, ocultarse, presa expuesta al primero que llegue; ved el pez cómo juega, libre de inquietudes, dentro de la red  aún abierta; la rana, a quien su lentitud impide huir y salvarse; el ave que revolotea a la vista del halcón que se cierne sobre ella y a quien no ve; la oveja espiada por el lobo oculto en el bosque: todas esas víctimas, débiles, inertes, imprudentes, vagan en medio de ignorados riesgos que a cada instante las amenazan. La naturaleza, al abandonar así sin resistencia sus organismos, no sólo a la avidez del más fuerte, sino al azar más ciego, al humor del primer imbécil que pasa, a la perversidad del niño, la naturaleza expresa así, con su estilo lacónico, de oráculo, que le es indiferente el anonadamiento de esos seres, que no puede perjudicarla, que nada significa, y que en casos tales tan indiferente es la causa como el efecto...
Así pues, cuando esta madre soberana y universal expone a sus hijos sin escrúpulo alguno a mil riesgos inminentes, sabe que el sucumbir es que caen otra vez en su seno, donde los tiene ocultos. Su muerte no es más que un retozo, un jugueteo. Lo mismo le sucede al hombre que a los animales. El oráculo de la naturaleza se extiende a nosotros. Nuestra vida o nuestra muerte no los conmueve, y no debieran emocionarlos, porque nosotros también formamos parte de la naturaleza.
Estas consideraciones nos traen a nuestra propia especie. Y si miramos adelante, hacia un porvenir muy remoto, y tratamos de representarnos las generaciones futuras, con sus millones de individuos humanos diferentes de nosotros en usanzas y costumbres, nos hacemos estas preguntas: "¿De dónde vendrán todos? ¿Dónde están ahora? ¿Dónde se halla el amplio seno de la nada, preñado del mundo, que aún guarda las generaciones venideras?".
Pero a estas preguntas hay que sonreírse y responder: "No puede estar sino donde toda realidad ha sido y será, en el presente y en lo que contiene".
Por consiguiente, en ti, preguntón insensato, que desconoces tu propia esencia y te pareces a la hoja del árbol cuando, marchitándose en otoño pensando en que se ha de caer, se lamenta de su caída, y no queriendo consolarse a la vista del fresco verdor con que se engalanará el árbol en la primavera, dice gimiendo: "No seré yo, serán otras hojas."
¡Ah, hoja insensata! ¿Adónde quieres ir, pues, y de dónde podrían venir las otras hojas? ¿Dónde está esa nada cuyo abismo temes? Reconoce tu mismo ser en esa fuerza íntima, oculta, siempre activa, del árbol, que, a través de todas sus generaciones de hojas, no es atacada ni por el nacimiento ni por la muerte. ¿No sucede con las generaciones humanas como con las de las hojas?


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Fuentes:

-Shopenhauer, A.. "El amor, las mujeres y la muerte". Biblioteca E.D.A.F., Madrid, 1963.

-Abbagnano, Nicolás: "Historia de la Filosofía", tomo III, Montaner y Simón Editores, S.A., Barcelona, 1973.

http://elpais.com/elpais/2015/08/16/opinion/1439738933_198261.html