"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

jueves, 28 de noviembre de 2019

AL FONDO DE MI TUMBA VERÁS EL MAR



Agitada mariposa,
también yo estoy hecho
de un polvo que se desvanece.
Kobayashi Issa (1763-1827).

Todos vamos allá: se agita en la urna
el lote que pronto o tarde nos embarque
con dirección al eterno exilio.
Horacio.

El alma es más antigua que el cuerpo.
Platón. Timeo. 
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Sea and Sky. 
 J.M.W. Turner (1825-1830).




A mi primo Paco Padilla Ramos, in memoriam.




Dicen que, cuando alguien muere, su ser vuelve a pertenecer a la eternidad, al mismo tiempo que el sello de tristeza -especialmente profundo cuando el que muere es una persona muy joven- imprime en los rostros y en los corazones de quienes le conocieron y amaron una orografía de dolor inequívoca. En nuestra cultura occidental, no estamos preparados para la muerte, a pesar de ser el tema más importante de nuestra existencia. En uno de los célebres ensayos de Michel de Montaigne (1533-1592) -aquel enorme humanista que optó por retirarse de la vida pública y que convirtió el torreón de su castillo y su amada biblioteca en su particular santuario de fructífera felicidad-, titulado "De cómo filosofar es aprender a morir" (páginas 122 a 138 en la edición de sus ensayos completos publicada por ediciones Cátedra), se hace un importante alegato contra el temor a la muerte: "No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar(...). Toda la sabiduría y el discernimiento del mundo se reduce al fin a este punto, a enseñarnos a no temer el morir (...). El desprecio a la muerte proporciona a nuestra vida una dulce tranquilidad ". El filósofo alemán Richard Wisser, en un artículo suyo publicado en los años sesenta, titulado "Muerte e inmortalidad en el sentir de Platón", dice acerca de la muerte que "el esquivarla, el eludirla, no sería vencer a la muerte, no sería vencer a la muerte sino echar a perder la propia vida (...). Sócrates, el gran mártir de la filosofía por su fe hacia lo que pensaba, aceptó la muerte mediante veneno y desechó toda posibilidad de fuga, en su esperanza de una vida más allá de la muerte corporal. Lo extraordinario de esta situación despierta entre sus amigos una actitud especial, descrita como un estado maravilloso hasta ahora nunca experimentado: una mezcla de alegría y tristeza, de esperanza y desesperación, en cuanto a la conservación de la razón filosófica a la vista de la muerte y a la conservación de la esperanza filosófica más allá de la muerte (...). Sócrates se refiere al antiguo dogma órfico-pitagórico de la migración del alma. Proyectando el concepto religioso de la migración del alma -es decir, la vuelta después del tránsito-, se llega a la conclusión de que debe existir algo que es fundamento de todo ser y devenir, de todo volver a ser y volver a devenir (...). Son peldaños de transición incluidos en un círculo infinito que no puede convertirse en línea, por poseer un único principio y un fin también único. Tal círculo no puede permitir nunca la muerte total como estado final. Si se aplica este concepto al sentido mitológico del alma, resulta que el lugar mitológico, el lugar de transición para el cambio en forma de círculo del alma migratoria, es el "Hades" (...). Un análisis etimológico de la palabra Hades, según Sócrates, permite reconocer que con ella se quiere indicar la casa de Dios, del A-ides, del Invisible (...)". 
En cuanto seres corpóreos, somos ceniza de estrellas. Ese es nuestro origen (cósmico) y ese es nuestro final. Como la más delicada de las mariposas, estamos hechos de un polvo que se desvanece, poco a poco, con la seguridad de que es mejor ser que no ser, volar un instante que no volar nunca. Y, como el ave Fénix, cuyas cenizas siempre resurgen, volveremos a encontrarnos en mejores circunstancias o en otras vidas, porque el alma es eterna y la muerte es sólo una ilusión. Mientras tanto, desde mi tumba, mi ser a lo lejos seguirá oyendo el rumor de las olas y a mi joven rostro seguirá acariciando la suave brisa de mi querido mar.









Fuentes:

-Montaigne, Michel: Ensayos completos. Biblioteca Avrea. Ediciones Cátedra, Madrid, 2016.

-Satz, Mario: El alfabeto alado. Acantilado, Barcelona, 2019. 

-Wisser, Richard: Muerte e inmortalidad en el sentir de Platón. Revista Folia Humanística, tomo V, número 54. Editorial Glarma, Barcelona, Junio de 1967. 

-Nhat Hanh, Thich: La muerte es una ilusión. Colección Zenith. Editorial Planeta, 2018.


Noelia Rodríguez Padilla. 

lunes, 28 de octubre de 2019

MANUEL CHAVES NOGALES, NARRADOR EXCEPCIONAL DE LA ESPAÑA DE 1936.



La de Chaves es una vida corta, pero lo importante es lo que hizo en esa vida corta, que es ver y denunciar antes que muchos, antes incluso que Koestler, antes que muchas gentes, el horror del totalitarismo. Es decir, equiparar por primera vez, seguramente en España ninguno con tanta lucidez, el totalitarismo de derechas y el totalitarismo de izquierdas, a los nazis, a los fascistas y a los bolcheviques.
 Andrés Trapiello.


(...)Y, por supuesto, sin buenos ni malos. Las dos Españas mamaron la misma leche (...).

Creo que son días oportunos para leer despacio y comprendiendo lo que se lee (ojalá se trabajara con este texto en los colegios) el prólogo de "A sangre y fuego" (1937) de Chaves Nogales. Debería ser lectura obligatoria para cualquier español del siglo XXI.
Arturo Pérez-Reverte.

(...)Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España (...).
(...)Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo (...).
Manuel Chaves Nogales. A sangre y fuego.


(...)Entre los hunos -rojos- y los hotros -blancos (color de pus)- están desangrando, ensangrentando, arruinando, envenenando y-lo que para mí es peor- entonteciendo a España (...).
Miguel de Unamuno (carta al director de ABC de Sevilla, de fecha y lugar Salamanca 2.XII.1936- carta reproducida en las páginas 153-154 de Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, de Juan eslava Galán-).

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Para quienes no hemos vivido de cerca los episodios históricos relacionados con la guerra civil española, ni en los años inmediatamente posteriores a la misma, ni tampoco el Franquismo, porque no habíamos nacido, ni tampoco hemos podido estudiar -desde la debida distancia que otorga una mayor y mejor visión o perspectiva de las cosas-, esas etapas históricas de España porque nos decían los profesores que aún quedaba demasiado reciente, solo nos queda acogernos a lo que dicen los historiadores -más o menos parciales-, además de los pocos libros existentes y documentos publicados y, sobre todo, la memoria de quienes sí fueron testigos, directos o indirectos, de todos esos horribles e inolvidables sucesos. Uno de esos libros, que constituye un testimonio directo de lo acontecido en la etapa inicial a la guerra, es la obra escrita por el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, publicada por primera vez en la editorial chilena Ercilla, en 1937. En palabras del escritor Arturo Pérez-Reverte (gracias a su labor de difusión, supe de esta obra y de su autor, al que desconocía por completo), Chaves Nogales fue un "reportero a la altura o por encima de Josep Pla y de César González Ruano, fue en opinión de muchos, el mejor periodista español del siglo XX (...). Fue ninguneado y desapareció de la luz pública durante medio siglo. No estuvo ni con los que ganaron la guerra y la perdieron en los manuales de literatura, ni con los que la perdieron en las trincheras y la ganaron en las librerías". Esta obra, de menos de cuatrocientas páginas, destaca especialmente, de entre todos los libros publicados acerca de la guerra civil española, por su ecuanimidad, objetividad y limpieza de ideologías e intentos de adoctrinamiento. En palabras de la profesora e investigadora Mª Isabel Cintas Guillén, experta en la figura de Chaves Nogales, "el libro, desconocido en españa, estuvo perdido por librerías de viejo y olvidado, al igual que su autor, que apenas se salvaba con las reediciones de Alianza de Juan Belmonte, matador de toros. Tras largos años de silencio, en 1993, se recogió en la Obra Narrativa Completa de Chaves Nogales que publicó la Diputación de Sevilla. Y, desde entonces, en una lenta reivindicación del periodista, sus obras han conocido variadas ediciones". Todos los expertos que recomiendan la lectura de la obra de Chaves Nogales, ponen como excusa o motivo que hace necesaria dicha lectura, que la prosa de este injustamente olvidado periodista está "desprovista del encono, la rabia y la ofuscación que aparece en otros relatos de guerra. Prosa limpia, ecuánime, independiente". Todos vienen a destacar, muy especialmente, el prólogo que el periodista realizó a su obra A sangre y fuego.Héroes, bestias y mártires de España, por haberse constituido en sí mismo un verdadero "manifiesto de equilibrio y una lección de cordura". Tras su lectura podemos comprobar que,  tristemente, el ambiente político y social de la España de hace ochenta y tres años que se nos describe en determinados pasajes, guarda demasiadas similitudes con la situación actual. Por este motivo, libros como éste son imprescindibles para que la historia no vuelva a repetirse.



El periodista Manuel Chaves Nogales, a la derecha de la imagen.




PRÓLOGO:


"Yo era eso que los sociólogos llaman un "pequeño burgués liberal", ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio - como dicen los marxistas -, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.
Sí, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de la redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente mis errores. Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario.
En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo.
Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.
De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable.
Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el "camarada director", y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de "pequeñoburgués liberal", de la que no renegué jamás.
Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo.
Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.
Los "espíritus fuertes" dirán seguramente que esta repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida humana más valor del que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo.
Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria. Pero, la verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena a uno el general Franco, o un kirguís de Occidente, como quisieran los agentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable de mundo que nos queda, aun a sabiendas de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre  su existencia. De cualquier modo, soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa.
Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición de ciudadano de la República Española no me obligaba a más ni a menos. El poder que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombre que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es el porvenir de España.
El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes -según la imagen clásica- va a mantener en servidumbre a los celtíberos supervivientes, puede salir indistintamente de uno u otro lado. Desde luego, no será ninguno de los líderes o caudillos que han provocado con su estupidez y su crueldad monstruosas este gran cataclismo de España. A ésos, a todos,absolutamente a todos, los ahoga ya la sangre vertida. No va a salir tampoco de entre nosotros, los que no hemos apartado con miedo y con asco de la lucha. Mucho menos hay que pensar en que las aguas vuelvan a remontar la corriente y sea posible la resurrección de ninguno de los personajes monárquicos o republicanos a quienes mató civilmente la guerra.
El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo.
No habrá más que una diferencia, un matiz. El de que el nuevo Estado español cuente con la confianza de un grupo de potencias europeas y sea sencillamente tolerado por otro, o viceversa. No habrá más. Ni colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática ni dictadura del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna ha de ser igualmente cruel e inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte, colocado bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras. Que sean éstas o aquéllas, esta mínima cosa que se decidirá al fin en torno a una mesa y que dependerá en gran parte de la inteligencia de los negociadores, habrá costado a España más de medio millón de muertos. Podía haber sido más barato.
Cuando llegué a esta conclusión abandoné mi puesto en la lucha. Hombre de un solo oficio, anduve errante por la España gubernamental confundido con aquellas masas de pobres gentes arrancadas de su hogar y su labor por el ventarrón de la guerra. Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España.
Caí, naturalmente, en un arrabal de París, que es donde caen todos los residuos de humanidad que la monstruosa edificación de los Estados totalitarios va dejando. Aquí, en este hotelito humilde de un arrabal parisiense, viven mal y esperan a morirse los más diversos especímenes de la vieja Europa: popes rusos, judíos alemanes, revolucionarios italianos..., gente toda con un aire triste y un carácter agrio que se afana por conseguir lo inasequible: una patria de elección, una nueva ciudadanía. No quiero sumarme a esta legión triste de los "desarraigados" y, aunque sienta como una afrenta el hecho de ser español, me esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos puedan desposeerme.
Para librarme de esta congoja de la expatriación y ganar mi vida, me he puesto otra vez a escribir y poco a poco he ido tomando el gusto de nuevo a mi viejo oficio de narrador. España y la guerra, tan próximas, tan actuales, tan en carne viva, tienen para mí desde este rincón de París el sentido de una pura evocación. Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera. A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí y, arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen ni dijesen.
Luchando con ellos y conmigo mismo por permanecer distante, ajeno, imparcial, escribo estos relatos de la guerra y la revolución que presuntuosamente hubiese querido colocar "sub specie aeternitatis". No creo haberlo conseguido.
Y quizá sea mejor así.

Montrouge (Seine), enero-mayo de 1937.





































Fuentes:

-Chaves Nogales, Manuel: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España. Libros del Asteroide, Barcelona, 2012.

-Eslava Galán, Juan: Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie. Planeta (colección Booket), Barcelona, 2014.

http://manuelchavesnogales.info/

https://elhombrequeestabaalli.wordpress.com/2013/03/08/entrevista-con-andres-trapiello/

https://www.xlsemanal.com/firmas/20171126/perez-reverte-el-hombre-que-si-estaba-alli.html

domingo, 13 de octubre de 2019

EL PRISIONERO Nº 119.104 DE AUSCHWITZ Y EL SENTIDO INFINITO DE LA VIDA.




Todo lo que no me destruye, me hace más fuerte.
Nietzsche. El ocaso de los ídolos.

El hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios.

Et lux in tenebris lucet (y la luz brilla en medio de la oscuridad).
Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido.



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En Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura (página 89, editorial Alianza, 1992), el antropólogo estadounidense Marvin Harris (1927-2001) escribió lo siguiente: "Somos la especie más peligrosa del mundo no porque tengamos los dientes más grandes, las garras más afiladas, los aguijones más venenosos o la piel más gruesa, sino porque sabemos proveernos de instrumentos y armas mortíferas que cumplen la misión de dientes, garras, aguijones y piel con más eficacia que cualquier simple mecanismo anatómico. Nuestra forma principal de adaptación biológica es la cultura, no la anatomía". De esta doble condición humana, la de ser seres capaces de lo más sublime y, al mismo tiempo, causantes de las mayores atrocidades imaginables, fue un destacado testigo el psicólogo vienés Víktor Frankl, "joven profesional prestigioso, bien posicionado en los círculos médicos y académicos de Viena". Con una carrera prometedora y una obra (manuscrito, a punto de publicar en el momento de su detención por los nazis) original, donde recogía sus teorías y críticas hacia el Psicoanálisis, vio truncadas sus esperanzas y sus sueños como fundador de la Logoterapia, actividades que - por fortuna- pudo retomar tras su liberación. Gracias a su amigo Paul Polak, quien guardaba una copia del manuscrito de Víktor, y complementando dicha obra con los apuntes que pudo hacer en el campo de concentración, pronto acabó la redacción definitiva de su obra, que se convirtió en un éxito mundial.
Dedicada a la memoria de la madre de V. Frank, El hombre en busca de sentido consta de las siguientes partes:



I. Un psicólogo en un campo de concentración.

                     -El informe del prisionero nº 119.104.
                     - 1º fase: Internamiento en el campo.
           - 2º fase: La vida en el campo.
                   - 3º fase: Después de la liberación.

II. Conceptos básicos de logoterapia. 


Dado el gran interés del contenido de  esta obra, reproduzco a continuación algunas de las reflexiones más destacadas vertidas a lo largo de ella. Sin ninguna duda, el Dr. Víktor Frank fue un hombre sumamente ilustre, pues supo recomenzar su vida, y eso lo convirtió, dadas las extraordinarias circunstancias de la misma, en un ser admirable, alguien al que hay que imitar.














EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO:


(...) Nos aferrábamos a un pensamiento obsesivo: seguir vivos para volver con la familia o salvar a un amigo.
Los escasos afortunados que sobrevivimos, gracias a una concatenación de casualidades o de milagros, estamos convencidos de que los mejores no regresaron.

 ***
Mi intención, al elaborar este informe como prisionero,  fue la de describir, en virtud de mi experiencia y desde mi perspectiva de psiquiatra, cómo vivía el prisionero normal en el campo y cómo esa vida influía en su psicología.

Existen tres fases psicológicas: la fase inmediata al internamiento, la fase de adaptación y la fase que sigue a la liberación.

***
El síntoma característico de la primera fase es el shock.
Todos creíamos que nos llevaban a una fábrica de munición como empleados para trabajos forzosos. Entonces se escuchó un grito angustiado: "¡Hay un letrero que dice Auschwitz!". Auschwitz evocaba las mayores atrocidades: cámaras de gas, hornos crematorios, exterminio.

Lentamente, teníamos que acostumbrarnos a la inmensa y terrible barbarie. En Psiquiatría, hay un estado de ánimo, la ilusión del indulto (concebir la infundada esperanza de que van a ser indultados en el último minuto).

***
La idea de suicidarnos estaba presente en prácticamente todos nosotros, aunque fuera solo por momentos. Tocar la valla de alambre electrificada.

Si queréis seguir vivos, el único modo de conseguirlo es aparentar capacidad de trabajo. ¿Sabeis  a quién llamamos "musulman"? Al de aspecto miserable, por dentro y por fuera, enfermo y demacrado, incapaz de resistir el trabajo físico duro: ese es un "musulmán". Afeitaros a diario, manteneros siempre erguidos, andad con soltura, y no os mandarán a la cámara de gas.

***
La apatía generalizada llevaba a una especie de muerte emocional. La represión de las reacciones normales. El carácter cambiaba.
La apatía, la anestesia emocional y la sensación de que a uno ya no le importa nada eran los síntomas caracterísiticos de la segunda fase de las reacciones psicológicas de los internados en el campo.
La apatía actuaba como un mecanismo necesario de autodefensa.
El prisionero experimentaba una regresión, retrocedía a un estado más primitivo de vida psíquica. Los deseos y aspiraciones se manifestaban en los sueños.
Todos nos sentíamos más muertos que vivos.

***
Podía cultivarse una profunda vida espiritual. Las personas de mayor sensibilidad, acostumbradas a una activa vida intelectual, posiblemente sufrieran muchísimo; sin embargo, el daño inflingido a su ser íntimo fue menor, pues eran capaces de abstraerse del terrible entorno y adentrarse, a través de su espíritu, en un mundo interior más rico y dotado de paz espiritual. Solo así se explica paradoja de que los menos fornidos soportaran mejor la vida en el campo que los de constitución más robusta. 

La salvación del hombre consiste en el amor y pasa por el amor. "Los ángeles se abandonan en la eterna contemplación amorosa de la gloria infinita".

Seguí hablando con mi amada: yo le preguntaba y ella contestaba. Que esté o no presente esa persona, que siga viva o no, en cierto modo, carece de importancia. El amor trasciende la persona física del ser amado y halla su sentido más profundo en el ser espiritual, el yo íntimo. Ignoraba si mi mujer vivía y no tenía medios para averiguarlo, pero en aquel momento esa cuestión había dejado de inquietarme.

***

La intensificación de la vida interior protegía al prisionero del vacío, la desolación y la pobreza espiritual, devolviendo a su vida anterior. Al dejar libre la imaginación, esta se solazaba en hechos del pasado.

A veces, sucedía que, en pleno trabajo, un prisionero atraía la atención de su compañero señalándole un resplandeciente crepúsculo...Salir a contemplar una maravillosa puesta de sol. ¡Qué hermoso podría ser el mundo!.

Mientras trabajaba, mi imaginación hablaba con mi mujer (...). En una violenta protesta contra lo inexorable de la muerte inminente, sentí que mi espíritu atravesaba todo el gris circundante, que trascendía ese mundo desesperado, y en algún lugar oí un victorioso "sí" en respuesta a mi pregunta sobre si finalmente la vida tenía sentido.

***

El humor es otra de las armas del alma en su lucha por la supervivencia. Es sabido que el humor, más que cualquier otra cosa en la existencia humana, proporciona el distanciamiento necesario para sobreponerse a quialquier situación, aunque sea un instante.

***

Si el prisionero no luchaba por mantener sus principios, terminaba por perder la conciencia de su individualidad  -un ser con mente propia, con voluntad e integridad personal- : la vida descendía al nivel animal. Los prisioneros eran conducidos como si fueran ganado (...). Igual que las ovejas medrosas se agolpan en el centro del rebaño, también nosotros buscábamos el centro de las formaciones; allí se recibían menos golpes de los guardias (...).Y a la vez ir en el centro nos protegía del frío y del viento (...). Era la ley del instinto de conservación del Lager: no llamar la atención. Hacíamos lo imposible para no llamar la atención de las SS.

***
Los supervivientes de los campos aún recordamos a los hombres que iban a los barracones a consolar a los demás, ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Esos pocos son una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana -la libre elección de la acción personal ante las circunstancias- para elegir el propio camino.
(...) Cada hombre puede decidir quién quiere ser -espiritual y mentalmente- y conservar su dignidad humana. Dostoyevski escribió: "Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos".
(...)Precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido.
Si hay un sentido en la vida, entonces debe haber un sentido en el sufrimiento. El sufrimiento es parte sustancial de la vida, como el destino y la muerte. Sin ellos, la existencia quedaría incompleta.
(...) Todo este sufrimiento, todas esas muertes, ¿tienen un sentido? De no ser así, tampoco tendría sentido sobrevivir a la estancia en el Lager.

***
La libertad interior puede elevar al hombre por encima de un destino adverso. Cualquier hombre, a lo largo de su vida, se verá enfrentado a su destino y tendrá la oportunidad de convertir un puro estado de sufrimiento en una hazaña interior. Piénsese en los enfermos, en especial en los incurables.

 ***

La observación psicológica de los prisioneros ha demostrado que el que sucumbía a las influencias degradantes del Lager era quien ya previamente se había abandonado en el nivel espiritual y humano, quien ya no poseía amparo moral. Y ¿qué podría constituir ese amparo interior?
(...) El hombre que se dejaba vencer por la ausencia de futuro ocupaba su mente con pensamientos retrospectivos. Es la tendencia a refugiarse en el pasado para apaciguar el horror del presente haciéndolo menos real.
(...) Muchas veces, las circunstancias excepcionalmente adversas otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo (...) Aquellos que preferían cerrar los ojos y refugiarse en el pasado, para esas personas, la vida perdía todo su sentido.
(...)El desafío de elegir qué hacer de la vida en el Lager: convertir esa tremenda experiencia en una victoria, transformarla en un triunfo interior, o bien desdeñar la experiencia y limitarse a vegetar, como hicieron casi todos los prisioneros.

***

El prisionero que perdía la fe en el futuro -en su futuro- estaba condenado. Con la quiebra de la esperanza faltaba, asimismo, la fuerza del asidero espiritual; se abandonaba y decaía y se convertía en un sujeto aniquilado, física y mentalmente.

(...) Quienes conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona -su valor y su esperanza, o la falta de ambos- y la capacidad de su sistema inmunológico comprenderán que la pérdida repentina de esperanza puede desencadenar un desenlace mortal (...) El cuerpo sucumbe a la enfermedad.

(...) Cualquier intento por restablecer la fortaleza interior de los reclusos bajo las dramáticas condiciones de un campo de concentración requería, en primer lugar, proponerles un objetivo que diera sentido a su vida. Las palabras de Nietzsche "quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo" podrían ser la motivación de todos los esfuerzos psicohigiénicos y psicoterapéuticos de los prisioneros. Era preciso infundir un porqué -un objetivo- a su vida, con el fin de fortalecerlos para soportar el terrible cómo de su existencia. Pobre del que no percibiera ya ningún sentido en su vida, ninguna meta, y por tanto, ninguna finalidad para seguir viviendo: ese estaba perdido.

(...) Lo que se necesita urgentemente en tal situación es un cambio radical de nuestra actitud frente a la vida. En realidad no importa lo que esperamos de la vida, sino que importa lo que la vida espera de nosotros (...) Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la vida plantea, cumpliendo la obligación que nos asigna.

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Un hombre que se vuelve consciente de su responsabilidad ante quien lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra por terminar, nunca será capaz de tirar su vida por la borda.

(...) Posiblemente, la verdadera razón de su muerte era la pérdida de esperanza.

(...) Nuestras vivencias en el campo podrían resultar aprovechosas en el futuro...Y cité a Nietzsche: "Todo lo que no me destruye me hace más fuerte".

(...)La vida humana nunca, bajo ninguna circunstancia, deja de tener sentido, y este sentido infinito de la vida incluye también el sufrimiento y la agonía, las privaciones y la muerte.

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(...) Hay dos razas de hombres en el mundo, solo dos: la de los hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se mezclan en todas partes y en todas las capas sociales.

(...) la historia nos brindó la oportunidad de conocer la naturaleza humana quizá como ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración.

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Las reacciones del prisionero después de su liberación (...) Habíamos perdido la capacidad de sentir alegría y teníamos que volver a aprenderla lentamente. lo que les sucedía a los prisioneros se denomina en psicología "despersonalización". Todo parecía irreal, improbable, como un sueño.

(...) Así como un buzo -sometido a la presión atmosférica- correría peligro si le quitaran de golpe la escafandra, el hombre repentinamente liberado de una tensión psicológica puede sufrir daños en su salud psíquica.

(...) Otras dos experiencias fundamentales amenzaban con dañar el carácter del hombre liberado: la amargura y el desencanto que sufría al regresar (...) Veía ahora que el sufrimiento no tenía límites, que todavía podía seguir sufriendo, y aún con más intensidad.

(...) Algunos se encontraron con que no los esperaba nadie. ¡Pobre de aquel que no encontró a la persona cuyo recuerdo le infundía valor en el campo!.

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Fuentes:

-FRANKL, VÍKTOR: EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO (MAN'S SEARCH FOR MEANING), HERDER EDITORIAL, BARCELONA, 2015.










domingo, 18 de agosto de 2019

CAE LA NOCHE, EN ESTE CAMINAR LEJOS DEL BULLICIO.





El buho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo.
J.G.F. Hegel. Prefacio a su Filosofía del Derecho, Berlín, 25 de Junio de 1820.

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sábado, 3 de agosto de 2019

LA MAGIA DE LA MÚSICA, SEGÚN LEOPOLD STOKOWSKI.


La música surge del corazón y vuelve a éste.
Leopold Stokowski.

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Traducida al español por el compositor y pianista gallego Antonio Iglesias Álvarez (Ourense, 1918-Madrid, 2011), en cuya nota de traductor éste dice -acerca de este libro- que "está dedicado a los aficionados a la música. Constituye un guía espléndido, lleno de claridad, para todo aquel que desee iniciarse en el bello camino musical, para el que quiera penetrar un poquito más y mejor en sus intrincados laberintos, para quien ávido de gozar más y más con el arte sublime de los sonitos, intente adentrarse con mayor conocimiento de causa en sus complejidades (...)", la obra ensayística  Música para todos nosotros, del gran director de orquesta británico Leopold Stokowski, constituye un gran clásico (quizás uno de los más interesantes, amenos y enriquecedores) de entre las obras literarias destinadas a introducir en el idioma universal,  que es la música,  a cualquier persona interesada en ella. Fue director, entre otras muchas, de la conocida Orquesta Filadelfia, con la que consiguió sus mayores logros y reconocimientos. Siendo director de ésta, fue cuando grabó la banda sonora de la película de Walt Disney Fantasía (estrenada el 13 de noviembre de 1940). Con Music for all us (título original), publicada en 1943, buscó el desarrollo de una cultura musical amplia y democrática ("así es como debe ser, porque la música habla a todo hombre, mujer o niño, elevado o humilde, rico o pobre, feliz o desdichado, que sea sensible a su profundo y poderoso mensaje"). El mágico poder de la música, con todo su magnífico potencial, puede llevarnos lejos, muy lejos, dentro de nosotros mismos, hacia un remoto lugar y estado donde se produce algo tan maravilloso como ansiado: ser testigos de cómo nuestra alma contesta y comprende el sentido y grandeza de la orquesta de la que, como seres humanos, formamos parte junto al resto de seres y cosas.








Leopold Anton Stanislaw Stokowski (1882-1977)






Sede de la Orquesta Filadelfia (Pensilvania, EE.UU.), desde 1900 a 2001.



Mickey Mouse como El Aprendiz de Brujo, en Fantasía.










LA MAGIA DE LA MÚSICA


Creo que la música puede ser una fuerza inspiradora en nuestras vidas; que la elocuencia y profundidad de su significado son de suma importancia y que toda consideración personal concerniente a los músicos y al público son relativamente insignificantes; que la música surge del corazón y vuelve a éste; que es de expresión espontánea e impulsiva; que su campo es ilimitado; que contínuamente se desarrolla; que la música puede ser un elemento que nos ayude a forjar un nuevo concepto de la vida, en el cual la locura y crueldad de las guerras serán sustituídas por una simple comprensión de la fraternidad humana.
La música puede ser todo para todos. Es como un gran sol dinámico, situado en el centro de un sistema solar, que envía sus rayos e inspiración en todas las direcciones de las tres dimensiones del espacio y de la cuarta del tiempo.
Todo cuanto sea grande, bello e inspirado en el pasado debe conservarse. A estas grandes riquezas culturales, que hemos heredado del pasado y de cualquier tierra del planeta, les debemos añadir constantemente nuevas cosas que sean grandes, bellas e inspiradas. De tal manera, el pasado se desarrollará ininterrumpidamente hacia el futuro. Hay una profunda razón en toda ello: la belleza y la inspiración se hallan fuera del tiempo. Existirán siempre para todos los hombres, todos los países y todos los siglos venideros.
Una de las cosas más fascinantes de la música es la de poder viajar por tierras lejanas y exóticas mediante su magia. Merced a la radio y los discos, podemos oir la música de distintas partes de África, la de los esquimales, lapones o la del norte de Siberia. Desde cerca del Polo Norte podemos descender en un instante al Ecuador y escuchar la música exótica y nostálgica de Java y Bali, Sumatra y Siam. O podemos ir a las islas del Pacífico, Tahití, Morea, las Marquesas, o más lejos todavía, a las Maorí de Nueva Zelanda. Asimismo podemos oir la música del norte de la India, la dravidiana del sur, o ascender a las eternas nieves del Tibet a oir la música grotesca de aquellos bailarines diabólicos, ir a Mongolia a oir las canciones de los conductores de caravanas, a las tierras de Arabia para oir su música nómada o sus clases de flautas e instrumentos de caña, o trasladarnos a España para oir la música gitana, vasca o mora antigua. Éstas son tan sólo algunas de las tierras que podemos visitar por medio de la magia de la música.
Así como podemos viajar en un instante por otras tierras, de la misma manera, mediante la música, podemos trasladarnos a otros períodos. Por ejemplo, podemos oir así la música antigua de Persia, la de los derviches, la primitiva budística, la cóptica, la vieja música de los indios americanos, la europea de los siglos XV y XVI, un período floreciente de Inglaterra, Francia, Holanda, Italia y España.
Más agradable y satisfactoria todavía es la posibilidad de viajar a través de la música, no tan sólo a otros países y épocas, sino también dentro de nosotros hacia esferas remotas de la imaginación y el espíritu. Es imposible describir esto con palabras; sin embargo, todos hemos sentido el haber sido llevados mediante el mágico poder de la música lejos de este mundo, hacia estados de emoción de irresistible poder y misterio, completamente desconectados de nuestra vida real, a veces temerosos, otras con una visión extática de la belleza, en una tierra de ensueño que jamás olvidaremos, en lugares de nuestra más profunda consciente comprensión, visión e inspiración.
Es en estos profundos planos de nuestro ser consciente, en nuestros más fuertes y hondos sentimientos, en los que hallamos la quintaesencia de la música. Un músico verdadero que se concentre tan intensamente así, se abstrae por entero. Las facultades existentes dentro de un subconsciente entran entonces en acción; para ellas no tenemos nombre alguno. Se torna en un centro de fuerzas infinitamente mayores que ninguna de las dotes que la Naturaleza le hubiera otorgado. Las características personales del músico, relativamente insignificantes, no deben en ninguna manera obstaculizar el fluir de tales fuerzas. Ha de ser un conducto a través del cual puedan discurrir libremente. Al escuchar la música, los músicos y los aficionados se unifican en espíritu. Es como si los cielos se abrieran y llamase una voz divina. Algo en nuestras almas contesta y comprende. Nos referimos aquí a la música más inspirada, tratando de comprender su naturaleza y profundo significado.
La música es como una voz que habla. ¿Qué dice? ¿Quién habla? Mediante nuestra intuición podemos obtener un destello de respuesta a estas preguntas. El destello puede ser insuficiente, pero puede ayudarnos a comprender muchas cosas, algunas de ellas concernientes a la parter física de nuestras vidas; otras, a aspectos más profundos y misteriosos. La ciencia nos ayuda a comprender muchos aspectos de las fases materiales y dinámicas de la vida, pero las más elevadas cimas de la música llegan de manera conmovedora cerca del núcleo central y de la esencia de la vida misma.
A veces nos encontramos confusos ante las corrientes opuestas que vemos a nuestro alrededor y las fuerzas antagónicas que percibimos en la vida. Somos conscientes de dos fuerzas opuestas existentes en el mundo: una destructiva y otra creadora. La música es una expresión de esta última. Posee apenas una existencia material, tan sólo es una casi completa expresión del espíritu, de la emoción y de los poderes de evolución dentro de nosotros mismos.
En la vida moderna, la electricidad juega un importante papel. A veces es empleada destructivamente; otras, de manera creadora; pero existe otra fuerza semejante a la electricidad, sólo que mucho más sutil y penetrante. Tal fuerza penetra en todas partes. Siempre está presente. Si comprendiésemos esta fuerza, conoceríamos el secreto de la influencia mágica de la música. Comprenderíamos por qué la música más grandiosa influye tanto en nuestros corazones, mentes y almas; por qué esta invisible e intangible fuerza puede impresionar tan magnéticamente nuestra vida interna. Para algunos de nosotros, esta vida íntima, la vida de ensueños, de imaginación, de visiones, es la vida "auténtica", la que vivimos íntimamente. La vida externa parece precisa, consistente, concreta, pero en realidad es remota, la menos vida real. Esta vida exterior, a veces nos deleita y conmueve, pero con demasiada frecuencia nos decepciona. Es fugaz, superficial. Pero la vida interna jamás nos defrauda, es eterna.
Por medio de la música tenemos una visión y algo dentro de nosotros responde con intenso anhelo: es la infinita sed de belleza del alma humana del Ideal. En nuestros corazones sabemos que estamos en contacto con algunas de las más elevadas potencias de la vida, lo comprendemos tan sólo de una manera confusa, pero nuestra voz interior nos dice que con la más bella música vibramos al unísono de la belleza, que es eterna. Cuando alcanzamos su última esencia, la música es la voz del Todo, la melodía divina, el ritmo cósmico, la armonía universal.




















Fuentes:

- STOKOWSKI, LEOPOLD: MÚSICA PARA TODOS NOSOTROS. COLECCIÓN AUSTRAL. ESPASA-CALPE, 1954.

 https://es.wikipedia.org/wiki/Leopold_Stokowski

martes, 16 de julio de 2019

"LA CIUDAD DE LAS DAMAS": LA CIUDADELA DONDE LA MUJER ES EL PATRONO DE LA NAVE.

Al acompañar a Cristina de Pizán a subir un peldaño más, para hacer su entrada en una colección de clásicos, me invade una sensación de "Misión cumplida": sobra ya hablar de su modernidad, porque los clásicos siempre nos miran desde la eternidad.
Marie-José Lemarchand. Nota a la nueva edición de La Ciudad de las Damas.

¿No ves que incluso los más grandes filósofos se corrigen los unos a los otros en una disputa sin fin? (...) Yo te recomiendo que des la vuelta a los escritos donde desprecian a las mujeres para sacarles partido en provecho tuyo, cualesquiera que sean sus intenciones. (...) Ha llegado la hora de quitar de las manos del faraón una causa tan justa. Ése es el motivo de que estemos aqui las tres: nos hemos apiadado de ti y venimos para anunciarte la construcción de una Ciudad. Tú serás la elegida para edificar y cerrar, con nuestro consejo y ayuda, el recinto de tan fuerte ciudadela. Sólo la habitarán damas ilustres y mujeres dignas, porque aquellas que estén desprovistas de estas cualidades tendrán cerrado el recinto de nuestra Ciudad.

Coge la azada de tu inteligencia y cava hondo.

La Dama Razón a Cristina de Pizán.  

Es la primera vez que vemos a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo.
Simone de Beauvoir. El Segundo Sexo.
 
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Cristina de Pizán, en su estudio, rodeada de libros.




Considerada como sucesora de la mítica Hildegarda von Bingen (gran mujer de la Historia, creadora de la Lingua Ignota, abadesa de la Orden Benedictina, en aquella época histórica en la que los conventos eran los únicos y verdaderos reductos del saber), Cristina de Pizán (Venecia, 1364-1430), es considerada la primera escritora profesional de la Historia. Creció en el ambiente privilegiado de la Corte de Carlos V, y en la gran Biblioteca Real del Louvre, hoy Biblioteca Nacional francesa. Huérfana y viuda muy joven, se convirtió en una  femme de lettres asumiendo un rol masculino (en aquellos tiempos, necesario) sin perder su feminidad. Autora de diversas obras, la más conocida de todas ellas es La Ciudad de las Damas, escrita entre 1404 y 1405. Alarmada por el contenido claramente misógino de unos libros muy conocidos en su época (destaca el Libro de las Lamentaciones de Mateolo, de 1300, "un compendio de tópicos misóginos de casi seis mil versos que sólo debe a Cristina de Pizán el no haber caído en el olvido"), cuya lectura dejó a Cristina perturbada y sumida en una profunda perplejidad, preguntándose cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien de escritos y tratados ("ni siquiera se trata de ese Mateolo, pues, al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio. Volviendo sobre todas esas cosas en mi mente, yo, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de otras muchas mujeres que he tenido ocasión de frecuentar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio reunido por tantos varones ilustres podría estar equivocado. Pero, por más que intentaba volver sobre ello, apurando las ideas como bien fundado el juicio de los hombres sobre la naturaleza y conducta de las mujeres"). Hundida, por esos pensamientos tan tristes y negativos, Cristina nos cuenta la visión espiritual que tuvo (al igual que las tuvo la mística Hidelgarda von Bingen): "De repente, vi bajar sobre mi pecho un rayo de luz como si el sol hubiera alcanzado el lugar (...). Levanté la cabeza para mirar de dónde venía esa luz y vi cómo se alzaban ante mí tres Damas coronadas, de muy alto rango." Las tres Damas, de pura esencia celeste, son la Dama Razón, la Dama Rectitud (Derechura) y la Dama Justicia. Cristina dialogará con cada una de ellas y, juntas, irán construyendo mentalmente la Ciudad de las Damas, desde los cimientos hasta incluir la población (compuesta sólo por damas ilustres y mujeres dignas), "para que las damas y todas las mujeres de mérito puedan de ahora en adelante tener una ciudadela donde defenderse contra tantos agresores". La Ciudad de las Damas será fundada en un "país rico y fértil":  el Campo de las Letras ("coge la azada de tu inteligencia y cava hondo", le dice la Dama Razón a Cristina) y entrarán a vivir en ella mujeres como las que se citan a lo largo del libro, muchas de ellas ilustres y dotadas de gran sabiduría, valor y dignidad: la emperatriz Nicaula; la reina Fredegunda; la reina Semíramis; las amazonas ("mujeres escitas que han sufrido la ablación de un pecho. Se les quemaba el pecho izquierdo a las niñas de la alta nobleza para que no las molestara el escudo, mientras que a la de menor rango, que tenían que tirar el arco, les quitaban el pecho derecho") y Tamiris, su reina; Zenobia, reina de Palmira; la reina Artemisa; Lilia, madre de Teodorico; Camila, hija de Metabo, rey de los volscos; Berenice, reina de Capadocia; la noble Clelia, que se enfrentó a uno de los enemigos de Roma, con gran valor y astucia. La Dama Razón, seguidamente, citará a Cristina un largo listado de mujeres que se ilustraron en la ciencia: Cornificia; Proba la Romana;Safo; Mantoa; Medea y Circe; Nicostrata o Carmenta; Minerva; Ceres; Isis; Aracne; Pánfila; Timareta, Irene y Marcia, la romana; Anastasia (gran pintora parisina de miniaturas para manuscritos, conocida de  Cristina de Pizán); Sempronia la Romana; Novella, hija de Giovanni Andrea, famoso legista de la Universidad de Bolonia (en honor de su hija, publicó el Novella super Decretalium); ... Tras esta lista de mujeres brillantes, la Dama Razón continúa con otra de mujeres juiciosas, famosas de haber mostrado gran prudencia y gobierno: Gaya Cirila; la reina Dido; Opis, reina de Creta; Lavinia, reina de los latinos...
La tercera Dama -Derechura-, ya en la segunda parte del libro, habla a Cristina de las sibilas, las conocedoras del pensamiento divino, destacando a Eritrea, Amaltea, Nicostrata, Casandra, la reina Basina y la emperatriz Antonia. Tras estas grandes adivinadoras, la Dama Derechura comienza el relato de historias de mujeres que pasaron a la fama por haber dado a sus padres grandes pruebas de verdadero amor filial. Quizás es en esta parte del libro donde figuran las historias más sobrecogedoras: Dripetina, reina de Laodicea; Hipsípila; la vestal Claudina y, la más conmovedora de todas ellas, la de una mujer que había sido madre recientemente y que dio el pecho a su madre presa (a la que habían condenado a morir de hambre en la cárcel), salvándola y consiguiendo su liberación posteriormente. Tras estas historias, Derechura pasa a recordar hechos protagonizados por mujeres que amaron profundamente a sus maridos: la reina Hipsicratea, la emperatriz Triaria, la reina Artemisa (que se bebió las cenizas de su marido, mezcladas con vino: "recogió las cenizas y lavándolas con sus lágrimas las fue dejando en una copa de oro. Después pensó que sería injusto que esas amadas cenizas tuviesen otro sepulcro que el cuerpo y corazón que albergaban un amor de tanta raigambre. Así que cada día, poco a poco, fue bebiendo algunas cenizas mezcladas con vino, hasta apurar la copa"); Argía, mujer de Polinices; Agripina, hija del emperador Augusto; Julia, esposa de Pompeyo; Tercia Emilia, esposa de Escipión el Africano; Jantipa, mujer de Sócrates; Paulina, mujer de Séneca; Sulpicia, esposa de un patricio romano; Porcia, hija de Catón de Útica; Curia, esposa de Quinto Lucrecio (éste, condenado a muerte, fue escondido por su mujer en el hueco de la pared de su casa, mientras ella se hacía pasar por loca preguntando a todos si alguien había visto a su marido. Tan bien lo hizo que lo salvó del exilio y de la muerte segura); la noble viuda Judith; la reina Esther, que liberó a su pueblo; las sabinas; Veturia, madre de Coriolano; Clotilde, reina de Francia; Penélope, la mujer de Ulises; Lucrecia, esposa de Tarquinio Colatino ("fue la violación de ésta lo que impulsó a promulgar una ley que condenaba a muerte a todo hombre que violara a una mujer, lo que no deja de ser una condena legítima y justa."); la reina Galatia; la griega Hipo; Griselda, marquesa de  Saluces (esposa que -hoy día- sería vista como incomprensiblemente sometida a su marido, poniendo éste a prueba la honra de ella a base de humillaciones contínuas, lo que constituiría un mal trato psicológico inaceptable, a los ojos de nuestra sociedad actual); Florencia la romana; Sicurant de Finale o la mujer de Bernabó de Génova (extraordinaria historia, contada originariamente por Boccaccio en el Decamerón).
Tras todos estos numerosos ejemplos de mujeres valientes y brillantes, la Dama Justicia es la encargada de llevar a vivir a la Ciudad de las Damas a la Reina de los Cielos que, con su séquito de damas gobernará la Ciudad. Estas damas de compañía serán las beatas vírgenes y todas las santas: Santa Catalina; Santa Margarita; Santa Lucía; la beata virgen Martina; Lucía de Siracusa; Santa Ágata; Santa Benita; Santa Fausta; Santa Justina; Santa Eulalia; Santa Macra; Santa Marciana; Santa Eufemia; Teodosia, Bárbara y Dorotea de Capadocia; Santa Cristina; Santa Marina; la beata Eufrosina; Santa Anastasia; Santa Teodota; Santa Natalia; Santa Afra; Drusiana (viuda que cuidó de Juan el Evangelista)...
Termina este libro dirigiéndose su autora a todas las mujeres: tras una advertencia para huir de los amores insensatos y de las pasiones enloquecidas, simples juegos placenteros que siempre acaban mal, Cristina finaliza diciendo lo siguiente: "Alegraos apurando gustosamente el saber y cultivad vuestros méritos. Así crecerá gozosamente nuestra Ciudad (...)".

Hace ahora setenta años (1949) de la primera publicación de El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir, y seiscientos catorce años (1405) de la publicación de la utópica La Ciudad de las Damas. Es decir, hay más de quinientos años (quinientos cuarenta y cuatro años, para ser más exactos) de diferencia entre ambas obras. S. de Beauvoir dijo de la autora veneciana y su obra que "es la primera vez que vemos a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo". Ambas autoras fueron mujeres muy destacadas y brillantes que, aunque vivieron en épocas muy distintas y sus obras son muy diferentes, coinciden en la misma voluntad de que las mujeres han de hacerse con el poder de los hombres. Del "feminismo bien temperado" de Cristina de Pizán al feminismo radical de El Segundo Sexo van dos maneras distintas de alcanzar una sola meta, perseguida por todas, que no es otra que ver a la mujer convertida en el "Patrono de la nave".

















Fuentes:

- De Pizán, Cristina: La Ciudad de las Damas (Le Livre de la Cité des Dames). Ediciones Siruela, Madrid, 2013.

-De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. Tomos I ( Los Hechos y los Mitos) y II (La Experiencia Vivida). Ediciones Siglo Veinte. Buenos Aires (Argentina), 1962.



Noelia Rodríguez Padilla.