"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

martes, 18 de mayo de 2021

LA ESPERANZA ESTÁ EN LAS ESTRELLAS

Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que, algún día, cada uno pueda encontrar la suya.

El Principito. Antoine de Saint-Exupéry. 

 

 La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre.

Séneca. Cuestiones naturales.

 

  Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo. Pero, cada una de esas estrellas es un sol, a menudo mucho más brillante y magnífico que la pequeña y cercana a la que denominamos el Sol. Y muchos -quizá la mayoría- de esos soles lejanos tienen planetas circundándolos. Así, casi con seguridad hay suelo suficiente en el firmamento para ofrecer a cada miembro de las especies humanas, desde el primer hombre-mono, su propio mundo particular: cielo...O infierno. No tenemos medio alguno de conjeturar cuántos de esos cielos e infiernos se encuentran habitados, y con qué clase de criaturas: el más cercano de ellos está millones de veces más lejos que Marte o Venus, esas metas remotas aún para la próxima generación. Mas las barreras de la distancia se están desmoronando, y día llegará en que daremos con nuestros iguales, o nuestros superiores, entre las estrellas. Los hombres han sido lentos en encararse con esta perspectiva; algunos esperan aún que nunca se convertirá en realidad. No obstante, aumenta el número de los que preguntan: ¿Por qué no han acontecido ya tales encuentros, puesto que nosotros mismos estamos a punto de aventurarnos en el espacio? ¿Por qué no, en efecto? Sólo hay una posible respuesta a esta razonable pregunta. Mas recordad, por favor, que ésta es sólo una obra de ficción. La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria.

 Arthur C. Clarke. Prólogo a 2001,Una Odisea Espacial.

 

La esperanza está en las estrellas. Tomamos la muerte para llegar a una estrella.

Vincent van Gogh.

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-A mi madre, in memoriam-

  

 

La noche estrellada sobre el Ródano (1888). Vincent van Gogh.

 

 

 

En 1937 se publicó, por vez primera, Hacedor de Estrellas (Starmaker), del escritor británico Olaf Stapledon. Esta obra comienza así:

Una noche, descorazonado, subí a la colina. Los matorrales me cerraban a menudo el camino. Abajo se ordenaban las farolas de los suburbios. Las ventanas, con las cortinas bajas, eran ojos cerrados que observaban interiormente la vida de los sueños. Más allá de la sombra del mar, latía un faro. Arriba, oscuridad. (...) Arriba, la oscuridad reveló una estrella. Una trémula flecha de luz, proyectada quién sabe cuántos miles de años atrás, ahora alcanzaba mis nervios como un punto visible, y me estremecía. (...) La inteligencia, mirando más allá del astro, no descubría ningún Hacedor de Estrellas, sólo oscuridad; ningún Amor, ningún Poder siquiera, sólo nada. Y sin embargo, el corazón parecía cantar una alabanza. (...) Pero en mi corazón yo sabía que no era así. Ni aun las frías estrellas, ni aun la totalidad del cosmos con todas sus vacías inmensidades podían convencerme de que ese nuestro preciado átomo de comunidad, que era tan imperfecto, que moriría tan pronto, no tuviese ningún significado.

La voz del narrador, en primera persona, describe su situación como de un tránsito de su alma, desde el lugar físico en que se encuentra, cerca de su casa, hacia el infinito y más allá, en una especie de viaje astral, interestelar, extracorpóreo, por el cosmos desconocido. En todo momento, su sentimiento de nostalgia de la Tierra perturbaba su experiencia viajera por otros planetas, mundos, por otras Tierras, muchas de ellas habitadas y con parecidos asombrosos a nuestro mundo. Todo se le aparecía así, siendo consciente de la enorme magnitud del espacio y tiempo en que se encontraba de viaje, en el círculo infinito del tiempo cósmico, testigo del proceso de crecimiento y madurez del propio Hacedor de Estrellas (los cosmos creados por Él eran sus juguetes). Esa es la infinitud que los hombres llaman Dios. No es de extrañar que el narrador mirara a su alrededor con la misma angustia sobrecogedora, la misma adoración humilde y muda con que los viajeros humanos que cruzan el desierto miran las estrellas nocturnas. 

Cuando el narrador finaliza su viaje astral, ya de vuelta al lugar de partida, se hace esta reflexión: ¿Y sin embargo? Miré nuestra ventana. Habíamos sido felices juntos. Habíamos descubierto o habíamos creado nuestro pequeño tesoro de comunidad, una roca solitaria en toda la agitación del mundo. Esto, no la inmensidad astronómica e hipercósmica, esto, y sólo esto, era el fundamento sólido de la existencia.

Este soñador de universos, en un principio descorazonado, termina  por reconocer y aceptar la inmensa grandeza de la humildad de su pequeño hogar que, aunque finito, es toda su existencia conocida. Esperanzado, tras su viaje por las estrellas, se pregunta si tenemos que adorar a un poder superior a nosotros, ¿no tiene sentido reverenciar al Sol y las estrellas? Y se acuerda de las palabras escritas por Vincent van Gogh, en una de sus cartas a su hermano Theo: Tengo...una terrible necesidad...¿diré la palabra?...de religión. Entonces salgo por la noche y pinto las estrellas.

 











Fuentes:


-C.Clarke, Arthur: 2001, Una Odisea Espacial. Ediciones Plaza y Janés, Barcelona, 1997.

-STAPLEDON, OLAF: HACEDOR DE ESTRELLAS. CLÁSICOS MINOTAURO. EDICIONES MINOTAURO, BARCELONA, 2008.


miércoles, 10 de marzo de 2021

EN MEMORIA DE CARLOS MATALLANAS, DESCANSE EN PAZ.

 

 

Y si no llego a tiempo, sabré que mis años de enfermo no fueron en balde. 

Carlos Alberto Gómez Matallanas.

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A Carlos Matallanas, periodista y futbolista, le diagnosticaron  E.L.A. (Esclerosis Lateral Amiotrófica) en verano de 2014, con tan sólo treinta y tres años de edad. Antes del diagnóstico, comenzó a tener problemas de habla. De todo ello, escribió en su blog, su día a día con  y contra la E.L.A., cuyos artículos sirvieron para la publicación de un libro acerca de la terrible enfermedad que padecía: Mi batalla contra la ELA. Viviendo con una asesina impune. En este libro, que no es más que un testimonio directo acerca de la enfermedad, contado por alguien que está afectado por ella, escribe el doctor en Neurología, D.  Jesús Mora Pardina, referente mundial en esta enfermedad, que "Carlos escribe desde la absoluta sinceridad de un ser humano al que se le está escapando la vida y que nos quiere dar a conocer cómo la está viviendo...Él sólo quiere contribuir desde su puesto de periodista y enfermo a que esta enfermedad sea mejor entendida por la sociedad."

Carlos ya apunta en su libro que "por gravedad y número de casos, la ELA no puede ser considerada una enfermedad rara. Es una enfermedad desconocida y que debemos descifrar cuanto antes".

Carlos Matallanas falleció ayer, 9 de marzo de 2021, con tan sólo 39 años de edad. Ha sobrevivido 7 años a la enfermedad. No ha tenido la "suerte" de ser uno de los que sobreviven más de diez años, pero sí ha sido uno de los enfermos de ELA que más han luchado por dar a conocer esta maldita enfermedad y de cuya entereza al afrontarla, a pesar de su juventud, todos nosotros hemos de aprender. Como dice Carlos, al final de su libro, "cada caso de ELA es un mundo". El suyo, desde luego, ha sido un ejemplo de lucha, ante la adversidad,  para todos nosotros. Descanse en Paz.

 

 

 

 

 

 




miércoles, 23 de diciembre de 2020

FELIZ NAVIDAD A TODOS

 "Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año".

Charles Dickens. Cuento de Navidad.

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Queridos amigos: Desde la Plaza Mayor de Ourense, considerada la plaza de piedra inclinada más grande de Europa, os envío mis mejores deseos de felicidad y prosperidad, con un fraternal abrazo para todos mis lectores, en la confianza de que pronto se resolverá nuestra situación adversa. Contra viento y marea. 


 

Plaza Mayor de Orense. Navidad 2020.










domingo, 23 de agosto de 2020

NOS IREMOS, PERO LA MADRE NATURALEZA SEGUIRÁ VIVA.

 Y yo me iré.
Y se quedarán los pájaros cantando.
Juan Ramón Jiménez.


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Regreso a este minúsculo lugar cibernético, deseando a todos mi amigos lectores que gocen de buena salud, tanto física como espiritual. Sin duda, la pandemia de coronavirus que tan gravemente ha afectado a todos los seres humanos de este planeta, ha cambiado enormemente nuestros esquemas vitales y circunstanciales. El mundo, nuestro mundo, ya no será el mismo, para nosotros. Pero, curiosamente, en estos días, he podido comprobar cómo la Naturaleza ha recobrado vida, en contra de los humanos. Nunca había visto a la golondrinas volar por las calles vacías, con tanta libertad.Hasta los jabalíes se han aprovechado del vacío de las carreteras y se han lanzado a recorrerlas, sin miedo. Después de todo, esta pandemia que estamos sufriendo nos está enseñando que el hombre no es el animal más fuerte de la naturaleza. La madre Naturaleza no tiene sentimientos y lo ha demostrado infinidad de veces, en que se ha mostrado despiadada y mortal. El escritor gallego Wenceslao Fernández-Flórez, autor de "El Bosque Animado" y de "Volvoreta", entre otras muchas obras, publicó en los inicios de su carrera literaria un artículo destinado a desprestigiar a la Madre Naturaleza. Lo publicó años antes de su famosa novela "El Bosque Animado", en la que se produce lo contrario, una vuelta al vientre de la Madre Tierra. En su artículo, W. Fernández-Flórez ve al hombre como el ser más maltratado, de entre todos los seres vivientes, por la Madre Naturaleza. Después de todo, y viendo cómo está afectando al planeta la crisis mundial de la pandemia actual, quizás sean ciertas las teorías defendidas por el científico británico James Lovelock, en 1969, acerca de Gaia.





 LA MADRE NATURALEZA
W. Fernández Flórez. 
Artículo perteneciente a la obra "Las gafas del diablo". Espasa Calpe, Austral, 1956.


"El que tenga alguna deuda de gratitud o una gran admiración por la madre Naturaleza, que no lea estas líneas, porque pienso consagrarlas a decir unas cuantas verdades en su desprestigio. La madre
Naturaleza tiene, desde hace muchísimos años, una de esas brillantes reputaciones convencionales que nadie se atreve a atacar; y es preciso que alguna voz se alce contra ella. No me explico cómo en estos tiempos en que el mayor placer y la preferente ocupación de los hombres es destruir famas, no hay quien intente conmover la de la Naturaleza. Por el contrario, gran número de hombres de ciencia y de poetas consagran sus energías a exaltarla.
Yo no me resisto a reconocer que esta admiración tiene un remoto origen justificado. En los albores de la Humanidad, cuando el hombre andaba por las selvas, hambriento y desnudo, y encontraba de pronto una caverna donde guarecerse y un árbol cargado de fruta, imaginaba, en su inocencia, que aquello lo habían colocado allí para su salvación y regalo, y mientras se tendía sobre el blando suelo y clavaba los largos dientes en el fruto, debió de decir por vez primera esta frase que después ha venido repitiéndose insistentemente, ya sin ser meditada:

"¡Qué sabia es la Naturaleza!"

Y así, cuando salió el sol para calentarle, y cuando se abrigó con la piel de una oveja, y cuando vio a la gallina prestar su fiebre a los huevos para que surgiesen los pollos que habían de ser después suculento manjar.
Pero, en rigor, eso no era que la Naturaleza cuidase del hombre, sino que el hombre se acomodó como pudo a la Naturaleza. Ahora que se fabrican camas y que hay múltiples sistemas de calefacción, y que existen en Tarrasa fábricas de paños y que hasta se han inventado incubadoras, es cuando debiéramos comprender que la Naturaleza no nos ha hecho ni aun uno de esos menudos favores con los que un cacique consigue que se le alce una estatua. Por el contrario, gozamos y vivimos a pesar de la Naturaleza, que hace todo lo posible para que sucumbamos.
¿Hay algo más absurdo que nuestra propia configuración? ¿Por qué los dos ojos han de estar en la cara, impidiéndonos ver lo que ocurre a nuestras espaldas? ¿por qué no tenemos otros dos brazos hacia atrás? ¿Por qué nuestra venida al mundo ha de ocurrir de una manera tan brutal y dolorosa, en vez de desarrollarse como la de las plantas, por ejemplo? ¿No resultaría más cómodo nacer por semilla? Pero esta materia nos llevaría muy lejos. Prefiero continuar desarrollando el tema con mayor abstracción para convencer a las gentes de que la Naturaleza se ha portado siempre muy mal con el hombre. Mejor pudiera decirse que la Naturaleza no ha contado nunca con el hombre. En realidad, cuando la Naturaleza hizo sus cábalas, pensó en la piel de los osos, en las alas de las aves, en los cuernos de los bisontes, en las garras del león, en los aguijones de las avispas; defendió mal o bien a todos los animales; les dio albergue, comida, bebida y traje. Satisfecha ya, entregóse al narcisismo. Se embriagaba de felicidad viendo renacer las flores en primavera y oyendo el canto feliz de los pájaros, y presenciando la perezosa vida del gato montés y la potencia gástrica de los tiburones. La Naturaleza es el Narciso de la Mitología. Está tan orgullosa de sí misma, tan satisfecha de su obra, que no se corrige ni se rectifica jamás. Pero, de improviso, vio nacer al hombre. La excelente matrona quedó verdaderamente confusa.
"¡Ta, ta, ta! -se dijo-. He aquí un nuevo ser que viene a trastornar mi labor con sus necesidades y su esencia. El caso es que ha llegado tarde. Si yo quisiera atender sus exigencias, tendría que rehacer por completo el mundo. Tal y como está hoy la Tierra, no hay posibilidad de que produzca casas de varios pisos con calefacción interior, fuentes de aperitivos, minas de calzado, tantas y tantas cosas como serían precisas..."
Meditó más aún, y decidió, con un encogimiento de hombros: "Que se arregle como pueda". Y el hombre comenzó a sufrir los grandes terrores, las terribles hambres de la edad prehistórica. La hiena le expulsó de las cavernas donde quería dormir; las formidables invasiones de hielos le herían en su cuerpo desnudo; comía hierbas y padecía del corazón entre tantos peligros. Tuvo que aguzar el sílex para defenderse y edificar sobre las lagunas y bajo la tierra su insegura vivienda, e ir, en fin, haciendo la lenta conquista de una comodidad, que todavía no ha alcanzado, a fuerza de dramas y de artificios.
La familia ha sufrido terriblemente las consecuencias de ese desamparo en que la Naturaleza nos tiene. La Naturaleza ha previsto las contingencias familiares para todos los seres menos para el hombre. Ha hecho, por ejemplo, prolíficos al conejo y al ratón, pero, al mismo tiempo, les ha provisto de la facultad de devorarlo todo. A un ratón le alimenta lo mismo un libro, que una viga, que un queso. Así se pueden tener hijos. Basta decirles, sencillamente: "Comed todo lo que veáis".
Un elefante, una ballena, necesitan gran cantidad de alimento y cierta clase de alimento. Y su reproducción es mesurada. En cuanto a las aves, son afortunadísimas, porque se les reserva el derecho de tener los hijos que les dé la gana. Nada hay que obligue a una gallina a acostarse encima de un número fijo de huevos. Si quiere, se acuesta sobre doce; si quiere, se acuesta sobre uno, y si le repugna la familia, puede muy bien destinar sus huevos a la venta pública para la fabricación de tortillas, flanes, y otros productos que aumentan su reputación y la estima en que se la tiene. Pero, en cualquier caso, estos animales ven facilitados por la misma Naturaleza los leves deberes de su paternidad.
El ser humano no está en esas condiciones.
Los descendientes de los insectos, de las aves, de los cuadrúpedos, encuentran por sí mismos fácil colocación. En la especie humana -exceptuando a los hijos de los políticos- hace falta velar incesantemente por la prole. Para ello hay que trabajar. Nadie trabaja en el mundo más que el hombre, entendiéndose por trabajo la labor reflexiva, guiada, no por el instinto, sino por las artes o por las ciencias. La sociedad, que ha elevado esta desgracia a la categoría de virtud, dicta leyes contra los perezosos y, recientemente, por boca de un filósofo, vaticinó que en un futuro no lejano expulsaría a los vagos de su seno.
Me gustaría saber cómo se va a arreglar la sociedad futura para expulsarnos. Expulsarnos, ¿de dónde? Expulsarnos, ¿a qué lugar? ¿Se cree, quizá, que trasladarnos de Europa al África o de América a Oceanía es verdaderamente expulsarnos? Apenas es cambiarnos de sitio, y eso nos es igual. Nosotros dormiremos lo mismo en Madrid que en Colombia, y nuestros brazos inactivos se abrirán para desperezarse tanto en la Australia como en Chipre.
Pero..., aun en el caso de que acierten a trasladarnos a otro planeta, ya veremos qué es de la sociedad futura sin nosotros. Se afirma que el tipo útil, conveniente, es el ciudadano de Norteamérica. Bien; mas ¿qué es el ciudadano de Norteamérica? Un ser que trota por las calles, sube a un tranvía, vuela en un automóvil, se hunde en un tren subterráneo, circula en un ferrocarril aéreo, come de prisa, tortura sus orejas con la aplicación incesante del teléfono, entra en la cama corriendo, duerme atropelladamente y se levanta con urgencia. No goza de la vida, a diferencia del vago, que, en lo posible, dentro de la tiranía de Natura, la saborea largamente. Esta es la verdad y mucha gente se está convenciendo de ello. Un político francés aseguraba, dos años después de firmada la paz, que el mundo era invadido por una ola de pereza. ¿Por qué triunfó, en efecto, cierta laxitud sobre los humanos? Seguramente tratóse de una reacción provocada por la guerra y sus derivaciones. En nombre de la civilización -que es trabajo incesante- se le han pedido al hombre sacrificios superiores a sus energías. Cuando pudo reflexionar, libre de la tiránica disciplina de las trincheras, el hombre pensó, en su subconciencia, que la civilización no le procura tantas ventajas como sacrificios. Desde que uno nace, la civilización se apodera de él y le dedica al trabajo; nos obliga a pasar los días en la escuela; después en la oficina, en el taller, en el gabinete de estudio; nos manda ir a matar, o ir a despachar expedientes...Muy tempranito va a llamarnos al lecho y no nos deja de fastidiar hasta que volvemos a caer rendidos entre las sábanas. Son muchos los hombres que experimentaron agudos deseos de encararse con la civilización para preguntarle:

-¿Cuándo vivimos?

Y la civilización ha contestado apresuradamente:

-Los domingos.

Sin embargo, los hombres desearían vivir algún día más que el domingo. El trabajo es demasiado tedioso, y, a la larga, concluye uno por creer que ha venido a este globo tan sólo para ser auxiliar de una pluma estilográfica, o de un martillo, o de un bisturí. Entonces nace el odio contra todos esos instrumentos, y las gentes más serias sueñan con tumbarse al sol y beber agua de los regatos, y alimentarse con granos y raíces y vestir pieles de animales.
En el mundo ha habido muchas civilizaciones que se extinguieron de un modo misterioso, sin dejar ni noticia de sus adelantos. Aristóteles ha afirmado gravemente que "las ciencias y las artes se han perdido más de una vez". ¿Cómo puede ocurrir esto? Los hombres trabajaban afanosamente; habían descubierto la manera de matarse a distancia y la de andar por lo alto, entre las nubes, donde ciertamente no tenían nada que hacer, habían escrito numerosos tratados de Filosofía y de Sociología, todos contradictorios, y estaban pálidos y arrugados.
Y un día, por cualquier causa, pensaron: "¿Para qué es todo esto?"
Fue como si despertasen en una estancia desconocida. Abandonaron sus labores, tornaron otra vez a la vida simple y lógica de los vagos, y olvidáronse de todo lo anterior.
La pereza es la protesta de un instinto humano que sabe que no hemos nacido para trabajar. Los libros sagrados nos dicen bien claramente que Dios no nos creó para que soportásemos ni aun la jornada de seis horas, y si después se modificó esta situación privilegiada fue porque nos maldijo en la persona de Adán. Pero el mundo está fatigado, envejecido, triste. Cree que ya ha expiado suficientemente la culpa. Y tiende a ir a la huelga de brazos caídos contra esa maldición.
Afirmaré todavía que el vago es inmensamente útil. Suprimid el vago, y desaparecerán con él los casinos, los cafés, los ministerios y las cámaras legislativas; todas las fábricas de fichas de dominós se arruinarán, y perderemos los amigos más encantadores.
Es tan fácil demostrar que, por el contrario, el hombre trabajador es funesto a la Humanidad, que desisto de ello. Invito tan sólo a meditar acerca de que es precisamente el hombre trabajador el que encarece los productos aumentando así las dificultades de la vida; el que provoca desórdenes pidiendo que le paguen mejor; el que os empuja en la calle, por la que va siempre con prisa; el que ha impuesto la desagradable costumbre de que los trenes salgan a horas determinadas, invariables, sin admitir espera...Los vagos nunca hubiésemos producido molestias semejantes.
La sociedad se escuda con especiosos pretextos para cohibir nuestra pereza. Usted se encara con la sociedad y le pregunta:

-¿Por qué me obliga a trabajar?

Y la sociedad responde:

-Porque es preciso que seas útil a tus semejantes.

Esto no es así. Muchas personas trabajan incesantemente sin que su labor sea útil a nadie. Una vez vi trabajar a un ventrílocuo y salí de la función hondamente preocupado por el futuro de aquel hombre. Se me había ocurrido pensar:
"Cuando este excelente sujeto comparezca ante Dios, Dios le dirá seguramente: ¿Qué has hecho en la Tierra?"
Y el excelente sujeto no tendrá más remedio que responder: "Señor, yo, por las noches y aun algunas tardes, en sección vermunt, hablaba con el vientre". Entonces se le amonestará por haber dedicado su vientre a funciones que no le competían y habrá de reprochársele también no haber hecho una labor más útil a la Humanidad.
Cuando los sociólogos piensen en el número de hombres que son perfectamente inútiles sobre la Tierra, experimentarán sin duda la misma tristeza que sufrí yo en cierta ocasión mirando unas truchas que nadaban en un río. Una trucha que nada en un río es un ser cuya existencia -desde mi punto de vista, muy distinto al de la naturaleza- no está justificada sino de una manera provisional. Mientras no se deje coger y freir, ¿puede afirmar seriamente que ha cumplido su misión en el mundo? No quiero invadir el terreno de la Filosofía, pero creo poder dar una contestación negativa a esta pregunta que yo mismo me hago y que se habrán hecho, seguramente, todas cuantas personas hayan visto una trucha en libertad, ociosa y lejana.
Sin embargo, no puede hacer muy severos cargos a estas truchas. La verdad es que somos muchísimos los hombres que dejamos pasar la vida sin que, al final de ella, podamos exigir con gran razón la gratitud de nuestros semejantes. Los abogados, los consejeros de Instrucción Pública de España, los dueños y los empleados de los tiovivos...(especialmente esto de los tiovivos es tremendo: obligan a las personas a marchar velozmente, para dejarlas en el mismo sitio, sin que esto les sirva de enseñanza ni de utilidad)...toda esa gente llamada artistas, que pintan, escriben, tocan la flauta o representan comedias...Uno de ellos dijo, para justificarse, que la Naturaleza da el ejemplo, porque produce flores aunque nadie se alimenta con flores. A nadie se le oculta el sofisma. Las flores no son superfluas en la planta, sino que sirven la importante función de reproducir la especie. La utilidad no debe medirse por la suculencia. Está bien que este criterio sea aplicado a la trucha, como acabo de hacer sabiamente en otro párrafo, pero es imperdonable referirlo a los abedules o al bióxido de mercurio.
Debe afirmarse que el artista es un ser de completa inutilidad, tanto con arreglo a mi opinión como a la de los señores que pudiesen desear comérselos. Un ventrílocuo es absolutamente inútil; y si alguna cosa puede haber más inútil para la Humanidad, es, tan sólo, unas cuartillas comentando la inutilidad del ventrílocuo.
Pues bien, ese hombre que no sirve para nada provechoso, tiene su vida más amargada que la de cualquier otro trabajador. Sabido es, aunque algunas personas crean lo contrario, que los muñecos de los ventrílocuos no hablan. El ventrílocuo es el que finge sus voces. Pues, a pesar de esto, todos los ventrílocuos sostienen verdaderas controversias, tremendas disputas con sus muñecos. El ventrílocuo dice a su muñeco:

-Ahora, a cantar.

Parece lógico que el muñeco -esto es, el mismo ventrílocuo- le contestase:

-Con mucho gusto. Bien sabe usted que, si le da la gana, yo canto aquí hasta que huya el último acomodador. Pero el muñeco responde siempre:

-Yo no quiero cantar.

-Tiene usted que cantar; no hay más remedio -insiste hoscamente el ventrílocuo.

-No me da la gana -replica el maniquí.

-Se lo mando a usted -brama el hombre que habla con el vientre.

El muñeco concluye por ceder; pero de todas maneras, el mal rato que pasa su propietario es terrible.
Cuando el doctor Voronoff anunció que podía prolongar la vida y aun la juventud de los humanos, gracias al transplante de ciertas glándulas de secreción interna, quedó abierta ante nosotros esta interrogación: ¿Nos conviene que el milagro se realice?"
Estudiemos el asunto, que tiene con nuestro tema una conexión íntima.
La Naturaleza sufre el grave defecto de la rutina. La Naturaleza no tiene más fantasía que una tabla de multiplicar. El ser de carne y hueso más parecido a esta abstracta entidad es el buen oficinista. La Naturaleza lo ejecuta todo conforme a un invariable plan preconcebido, sin permirtirse la menor alteración, ni el más leve progreso, ni la corrección más sencilla en sus costumbres. Hace que se sucedan las cuatro estaciones en un turno que no cambia jamás, obliga a los seres a reproducirse idénticamente, nos ofrece los mismos espectáculos y los mismos fenómenos... Por nada del mundo toleraría que neciesen fresas en enero, y tendría un disgusto horrible si la vaca pariese un ruiseñor. Ha inventado cuatro o cinco trucos de gran espectáculo, como las tempestades, los terremotos, los volcanes en erupción y las auroras boreales, y los está repitiendo incesantemente desde los primeros años de la existencia, sin alterar jamás el programa.
Su vida, de esta manera, es cómoda, y no tiene que devanarse gran cosa los sesos. Verdad es que ella cuenta con la brevedad de la vida del hombre. Nace el hombre, presencia cinco o seis tempestades, un buen número de puestas de sol -otro truco viejísimo- y unas cuantas sesiones del Parlamento y se muere. Apenas tiene tiempo de enterarse de lo que ocurre a su alrededor; no cesa de alabar los encantos de la Naturaleza...Y la Naturaleza va quedando bien.
Pero supongamos que nuestra vida se prolonga. Que vivimos dos siglos, tres siglos, cinco siglos. ¿Qué ocurrirá? El fraxaso de la Naturaleza será tremendo; la atención curiosa del hombre se fatigará de asistir a los mismos fenómenos. Y un día ya se encararía con su tirana, y diría así:
-Bueno; ya he visto que nieva todos los inviernos y que los árboles se llenan de verdor en la primavera. Ya he oído el trueno y el ruido poderoso de las olas del mar. ¿Qué más tienes que enseñarme?
La Naturaleza le ofrecería un grano de maíz:
-Presencia este prodigio. He aquí un grano. Aguarda unos meses. He aquí la espiga.
Y le diría también:
-Contempla este huevo de gallina. Han pasado unos días. Ahora un lindo polluelo sale de su interior. ¿No es esto incomprensible y magnífico?
El hombre bostezaría para opinar:
-Sí, sí; es, ciertamente magnífico. Pero hace muchísimos siglos que de los granos de maíz salen espigas de maíz, y de los huevos de gallina, lindos polluelos. Me divertiría más que saliesen perritos tonquineses, con la lengua colgando.
-¡Oh -protestaría la Naturaleza-, eso no se puede hacer! Yo soy formal. Yo he contraído el compromiso de que saliesen siempre polluelos de los huevos de gallinas, y jamás saldrán otros seres. Tu exigencia es absurda. ¿Quieres, en cambio, que organice una lluvia de estrellas, un precioso espejismo, un eclipse de sol?
Y el hombre volvería a bostezar, porque todo le era ya conocido. Y sobre la longevidad de los seres, el tedio pondría una pegajosa angustia.
Una vida larga no nos conviene, y acaso tampoco convenga una vida saludable.
Si yo me ocupase ahora de la salud, trataría un tema completamente nuevo. Es seguro que el lector se habrá fijado en que la salud no ha tenido ningún comentarista. Puede decirse que, a pesar de la profunda estimación que le tenemos, la salud no sirve para nada. En cambio, la Humanidad debe un gran número de sus avances, precisamente, a la falta de salud. Acerca de las enfermedades se han escrito millones de volúmenes; grandes sabios, que consagraron su vida a estos estudios, han alcanzado la inmortalidad; infinitos hombres de ciencia consumen su tiempo en la confección de drogas sanitarias...Suprimid las enfermedades y habréis arruinado una industria próspera, habréis obligado al cierre de incontables universidades y privado a la Humanidad de enorgullecerse con la posesión de numerosos sabios.
No tengo inconveniente en demostrar que la salud es un estado negativo. Hagan ustedes el favor de seguir este razonamiento. Así como desatendió nuestras necesidades, así se esforzó la Naturaleza en hacer de nuestro organismo una de sus más maravillosas creaciones. Como no abrigo contra ella ninguna malquerencia inconfesable, me gusta otorgarle justicia. Soy un leal adversario y reconozco que nuestro funcionamiento orgánico es prodigioso. Nadie puede negar que la facultad de ver es asombrosa; y la de gustar, deleitable; y la de andar, utilísima. En cuanto a eso de que la sangre salga por las arterias y vuelva por las venas, es de una habilidad que merece justamente el encomio. Y nunca tendremos bastantes palabras de alabanza para la previsión de esa Naturaleza que nos dotó de jugos gástricos bastante poderosos para diluir dentro de nuestro estómago un bisté de casa de huéspedes.
¿Cómo pudo adivinar la Naturaleza, al crear al hombre, que había de verse forzado a deglutir bistés en casa de huéspedes? Es uno de esos misterios que no podemos averiguar jamás. Pero lo indudable es que lo previó, y por eso se apresuró a dotarnos de ácido clorhídrico, el más enérgico de los mordientes, el que puede atacar al vidrio y corroer los trozos de carne que sirven en las fondas. Si la Naturaleza se hubiese olvidado del ácido clorhídrico, estos trozos de carne quedarían para siempre intactos y duros en el estómago del hombre, causándole molestias insoportables.
Sin embargo, en estado de salud, nosotros no apreciamos ninguna de estas maravillas; ni aun nos damos cuenta de ellas. Prueben ustedes a decir a cualquier persona sana:
-¿No es asombroso que puedas pasear sostenido sobre tus pies y moviendo una pierna delante de la otra? ¿No te causa estupor que la luz entre por tu pupila y atraviese el cristalino, y unos nervios lleven la sensación al cerebro, y veas, en fin?
Esa persona os oirá con una profunda extrañeza, que será mayor si le habláis de su peritoneo. Un cincuenta por ciento de los hombres no acertarán a deciros si tienen o no tienen un píloro, y algunos es posible que se incomoden contra vuestra suposición.
La enfermedad, por el contrario, nos permite enterarnos de todas nuestras perfecciones. Nadie da importancia a un dedo. Pero un día se estruja este dedo entre una puerta. Inmediatamente, el hombre comienza a pensar en aquella parte de su cuerpo a la que siempre trató con indiferencia notoria. Su solicitud llega a parecer ridícula. Sopla furiosamente el dedo magullado, lo lleva a la boca, lo sacude. lo baña en árnica, exhalando breves suspiros, y por último, lo abriga amorosamente entre algodones. Jamás, en sus días de euforia, hubiese guardado con un dedo tan prolijos cuidados.
La exaltación de la enfermedad como estado perfecto ha de llevarnos al elogio de las farmacias. Nada hay más entretenido que contemplar sus escaparates llenos de niquelados instrumentos de cirugía y de específicos lindamente envasados. Una botica tiene siempre algo de sensacional, por lo menos de característico. Vosotros habréis observado que todas las oficinas públicas se parecen, que las tiendas de ultramarinos son iguales entre sí, que un despacho de procurador es análogo a otro despacho de procurador, que podéis pasar por una confitería o por un establecimiento de modas sin que haya ningún aspecto que grabe su memoria agudamente en el alma.
Una botica, no; son como los espíritus: no hay dos iguales. Hay farmacias tristes, calladas; los frascos están ocultos tras vidrieras a las que dió opacidad el esmeril; un breve mostrador pintado de negro tiene encima un mármol, como una losa funeraria. Cuando se abre la puerta, suena una campanilla dolientemente. Entonces, del interior misterioso surge un hombre desvaído, pálido, que anda en silencio sobre sus zapatillas bordadas. Vosotros os veis impelidos a formular la petición en voz baja, como si os hallaseis en la antecámara de un enfermo.
-¿Me da usted cinco céntimos de regaliz?
Y el hombre, calladamente, envuelve los amarillentos palitroques en un papel y os lo da. En aquel instante sentís, impresionados por la solemnidad, por la tristeza del ambiente, así como una vergüenza íntima de no tener otro mal más importante que un simple catarro.
Otras boticas rebosan despreocupación y felicidad. Unos enormes frascos contienen agua teñida de rojo o de azul, de sepia o de verde, que os sugieren un recuerdo de licores engolosinantes: Chartreuse, kermann; benedictine...Las pastillas de goma están mezcladas con la raíz de altea; las esferitas de añil despiertan un deseo de chupar caramelos azules...; los nombres de los purgantes, lejos de afligir el ánimo, suscitan ideas de travesuras regocijadas...De la rebotica llega el clamor de voces alegres y sale una tenue nube de humo de tabaco; se adivina que allí dentro se juega al julepe. Hay ese olor especial que tienen los casinos.
El mancebo, al llamar vosotros una vez, y otra vez, batiendo con el dinero el mármol del mostrador, sale riendo aún y anunciando a gritos:
-Espérenme, que tomo ya la "viuda".
Y ante aquel espectáculo, os sentís empequeñecidos, ridículos, porque unos cólicos os torturan. Os advertís desplazados de la vida, ingratos como un borrón de tinta en una pechera blanca...
Salpicadas aquí y allá las calles de un pueblo, con sus anuncios de niños que piden laxantes, de hombres que echan rayos por los riñones, de señoritas que tienen un lado de la cara lleno de pústulas y el otro rozagante y fresco, parecen instarnos:

-Enférmate para procurarte la voluptuosidad de curar. Es la única manera de que puedas saborear la salud.

No tengo gran esperanza de que la Naturaleza corrija sus desaciertos después de publicadas estas páginas; pero me quedará la satisfacción de haber roto el coro de sus aduladores incondicionales.


   *   *   *  *

 




FUENTES:

FERNÁNDEZ-FLÓREZ, WENCESLAO: LAS GAFAS DEL DIABLO. Colección Austral. Espasa Calpe, 1956.

https://blogs.comillas.edu/FronterasCTR/2019/02/20/50-anos-de-la-teoria-de-gaia-y-centenario-de-james-lovelock-1919-2019/

lunes, 18 de mayo de 2020

A QUIENES NOS ESPERAN, MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS

Os espero: No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
San Agustín.

Hemos amado con demasiado fervor a las estrellas para temer a la noche.
Epitafio en la lápida mortuoria de dos astrónomos aficionados.
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----A MI MADRE----








Betelgeuse, imagen capturada desde el radiotelescopio ALMA.




 Betelgeuse, "el hombro del gigante" Orión, el fiel pastor de anchos hombros representado en el cielo, guardián de las estrellas para los antiguos babilonios, se muere. Y este proceso comenzó en  la época en que el hombre en la tierra era cazador-recolector, es decir, desde hace unos diez mil años, cuando se pasó del Paleolítico al Neolítico. Ha acompañado a la humanidad desde los comienzos. Nació poco antes que el hombre (a escala universal) y ya está a punto de morir. En algún momento entre hoy y los próximos cien mil años, la estrella se consumirá y estallará. Como si se tratase de una flor entre dos abismos. La explosión la convertirá en una hermosa nebulosa, creando átomos de oro y plomo. La amiga de los exploradores habrá llegado al final de su camino.
Los seres humanos, nacidos en definitiva de las estrellas y que de momento estamos habitando ahora un mundo llamado Tierra, hemos iniciado el largo viaje de regreso a casa. Las estrellas, esos soles poderosos a años luz de distancia en la infinitud del cosmos, nos aguardan al final de nuestro viaje. Desde la infinidad de lo muy pequeño hacia la infinidad de lo muy grande, la vida continuará sin nosotros. Estaremos lejos, pero nuestras almas, eternas viajeras, se habrán reencontrado  con aquellos que llegaron antes que nosotros y que, esperantes, sabedores de que, más tarde o más temprano - el tiempo es una ilusión-, al igual que las estrellas, nos consumiremos y nuestro ser pasará a fundirse en la bellísima y fantasmal luminosidad de las nebulosas.


lunes, 24 de febrero de 2020

LA AMISTAD DE LOS SERES NOBLES

Pocas cosas abrigan tanto como la amistad de los seres nobles.
Arturo Pérez Reverte.

Me gustaría empezar diciendo que los padres, los maridos, los hijos, los amantes y los amigos están muy bien. Pero no son perros.
Elizabeth von Arnim.

¡Por el perro!.
Juramento de Sócrates.

A mi me habla usted de soledad, que voy por el tercer perro enterrado.
Benito Pérez Galdós.


Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad, y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.
Lord Byron. Epitafio para Boatswain.

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Volvoreta (2017), retrato de mi perra, realizado por Maria Luisa Recio Campos.





Homero -quizás el poeta más enigmático de todos-, en el canto XVII de su Odisea, nos relata así el momento en que Odiseo (Ulises), tras su regreso a Ítaca y disfrazado de mendigo, acude a la villa acompañado de su criado Eumeo: 


"Mientras ellos seguían charlando de cosas como éstas, levantó la cabeza y orejas un perro allí echado, Argos, can de Odiseo magnánimo, que él hubo criado, mas del cual no gozó, pues partió para Troya sagrada. Con frecuencia los jóvenes, antes, consigo llevábanlo a correr a las cabras monteses, la liebre o el ciervo; y ahora yacía olvidado, en ausencia del amo sobre el fiemo de mulos y bueyes, que junto a la puerta hacinaban hasta que los siervos de Odiseo divino recogíanlo para abonar los anchísimos campos: lleno de garrapatas estaba allí Argos, el perro.
 A Odiseo advirtió el perro en quien hacia él se acercaba y, al mirarlo, moviendo la cola, bajó las orejas, pero ya carecía de fuerzas para ir a su encuentro; y él, al verlo, volvió la cabeza y secóse una lágrima, que logró fácilmente ocultar al porquero, a quien dijo:

 -De admirar es, Eumeo, este perro tumbado en el fiemo. Es de raza excelente, mas no puede verse si ha sido un veloz corredor, a pesar de la estampa que tiene, o si es como esos perros que alguno mantiene en su mesa y conserva lúcidos tan sólo por darse ese lujo.

Y tú entonces, Eumeo, el porquero, así le dijiste:

-Es el perro del héroe que lejos murió de nosotros. Y si tú hubieras visto lo bello y activo que él era, cuando aquí lo dejó, al embarcar para Troya, Odiseo, pronto su ligereza y vigor te dejaran atónito. Fiera que él levantase en lo más intrincado del bosque no podía escapar porque siempre acertaba su rastro. Mas le abruman los males; ha muerto su dueño muy lejos de la patria, y las mozas, dejadas, ya no le cuidan. Porque los servidores, en cuanto no mandan los amos, ya no quieren hacer los trabajos que son de justicia; la mitad del valor que los hombres alcanzan la quita Zeus el longividente ese día en que caen como esclavos.

Así dijo, y entró al punto en la cómoda casa y en seguida en la sala de los pretendientes ilustres. Y una parca de muerte sombría quedóse con Argos, cuando vino nuevamente a Odiseo veinte años más tarde."

Argos, el fiel perro de Odiseo, sí reconoció enseguida a su amo, a pesar de que éste, transformado en mendigo gracias a la diosa Atenea, iba totalmente irreconocible. Sólo un ser de un corazón tan noble como este perro, podía dar un recibimiento así a un amigo tantos años errante. 
No menos fiel a sus amos fue también la perrita (o perrito, el sexo del can varía entre varias ediciones) Kashtanka, otro ser bondadoso y de corazón noble y puro, cuyas andanzas y penurias fueron convertidas en un relato precioso por el escritor y médico ruso Antón P. Chéjov. Kashtanka, de raza indefinida y hocico de raposa, un dia perdió de vista a su amo, un ebanista borrachuzo y mal cuidador, y encontró otro amo que, aunque lo cuidaba mejor que el primero, Kashtanka seguía echando de menos su hogar anterior. Meses después, se reencontró con el ebanista y su hijo y Kashtanka regresó a su hogar, al que no había renunciado en sus sueños. Todo lo ocurrido no era ahora para este pequeño animal sino una pesadilla larga  confusa.
Ejemplos de perros magníficos hay muchísimos más, que sería muy largo de trasladar aquí, pero sí se produjo hace meses  una noticia, relacionada con el inmenso cariño de los perros, que me llamó grandemente la atención: en la ciudad italiana de Pisa, existe un Museo de naves antiguas. Es el más grande del mundo. Le llaman la "Pompeya del mar". Entre los restos de una de estas naves, aparecieron los esqueletos de un marinero y un perro. Juntos. Abrazados.


        Restos de un marinero que naufragó con su perro.

Esta imagen es impresionante. Dos seres abrazados ante la muerte. Un hombre y un perro, pero ambos esqueletos compuestos del mismo material. Dos seres idénticos, en suma, unidos para afrontar la mayor de las adversidades. Esta foto recuerda, por su gran similitud, a la del descubrimiento de los restos de una pareja abrazada, también en Italia, enterrados hace unos seis mil años.Curiosamente, así termina la novela Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, con el descubrimiento de los restos de Esmeralda y Quasimodo abrazados.
Seres nobles, todos ellos. En este mundo repleto de hijos de la gran puta en que estamos inmersos, encontrarte un ser de cuatro patas, con mirada transparente y amorosa, naricilla húmeda y alma de pureza intacta e incorrompible que te abre las puertas de su corazón para siempre y que sabes que no te va a defraudar jamás, es encontrar un tesoro muy escondido: la verdadera amistad. Es a esta amistad, la de los seres nobles, a la que me quiero abrazar.





                        Benito Pérez Galdós, en su casa de Madrid, con uno de sus perros.





                             Jack London, en 1885, a la edad de 9 años, con su perro Rollo.




                                            Anton P. Chéjov, con uno de sus perros salchicha.




                        "Volvoreta". Octubre 2020.

"Callejero". Alberto Cortez.




Fuentes:

-Homero: Odisea. Planeta. Barcelona, 1993.
-De Cascante, Jorge: El gran libro de los perros. Ediciones Blackie Books. Barcelona, 2018. 
-Chéjov, Anton P.: Narraciones. Biblioteca Básica Salvat. Libro RTV 44. Salvat Editores. Madrid, 1970. 


Noelia Rodríguez Padilla.


jueves, 28 de noviembre de 2019

AL FONDO DE MI TUMBA VERÁS EL MAR



Agitada mariposa,
también yo estoy hecho
de un polvo que se desvanece.
Kobayashi Issa (1763-1827).

Todos vamos allá: se agita en la urna
el lote que pronto o tarde nos embarque
con dirección al eterno exilio.
Horacio.

El alma es más antigua que el cuerpo.
Platón. Timeo. 
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Sea and Sky. 
 J.M.W. Turner (1825-1830).




A mi primo Paco Padilla Ramos, in memoriam.




Dicen que, cuando alguien muere, su ser vuelve a pertenecer a la eternidad, al mismo tiempo que el sello de tristeza -especialmente profundo cuando el que muere es una persona muy joven- imprime en los rostros y en los corazones de quienes le conocieron y amaron una orografía de dolor inequívoca. En nuestra cultura occidental, no estamos preparados para la muerte, a pesar de ser el tema más importante de nuestra existencia. En uno de los célebres ensayos de Michel de Montaigne (1533-1592) -aquel enorme humanista que optó por retirarse de la vida pública y que convirtió el torreón de su castillo y su amada biblioteca en su particular santuario de fructífera felicidad-, titulado "De cómo filosofar es aprender a morir" (páginas 122 a 138 en la edición de sus ensayos completos publicada por ediciones Cátedra), se hace un importante alegato contra el temor a la muerte: "No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar(...). Toda la sabiduría y el discernimiento del mundo se reduce al fin a este punto, a enseñarnos a no temer el morir (...). El desprecio a la muerte proporciona a nuestra vida una dulce tranquilidad ". El filósofo alemán Richard Wisser, en un artículo suyo publicado en los años sesenta, titulado "Muerte e inmortalidad en el sentir de Platón", dice acerca de la muerte que "el esquivarla, el eludirla, no sería vencer a la muerte, no sería vencer a la muerte sino echar a perder la propia vida (...). Sócrates, el gran mártir de la filosofía por su fe hacia lo que pensaba, aceptó la muerte mediante veneno y desechó toda posibilidad de fuga, en su esperanza de una vida más allá de la muerte corporal. Lo extraordinario de esta situación despierta entre sus amigos una actitud especial, descrita como un estado maravilloso hasta ahora nunca experimentado: una mezcla de alegría y tristeza, de esperanza y desesperación, en cuanto a la conservación de la razón filosófica a la vista de la muerte y a la conservación de la esperanza filosófica más allá de la muerte (...). Sócrates se refiere al antiguo dogma órfico-pitagórico de la migración del alma. Proyectando el concepto religioso de la migración del alma -es decir, la vuelta después del tránsito-, se llega a la conclusión de que debe existir algo que es fundamento de todo ser y devenir, de todo volver a ser y volver a devenir (...). Son peldaños de transición incluidos en un círculo infinito que no puede convertirse en línea, por poseer un único principio y un fin también único. Tal círculo no puede permitir nunca la muerte total como estado final. Si se aplica este concepto al sentido mitológico del alma, resulta que el lugar mitológico, el lugar de transición para el cambio en forma de círculo del alma migratoria, es el "Hades" (...). Un análisis etimológico de la palabra Hades, según Sócrates, permite reconocer que con ella se quiere indicar la casa de Dios, del A-ides, del Invisible (...)". 
En cuanto seres corpóreos, somos ceniza de estrellas. Ese es nuestro origen (cósmico) y ese es nuestro final. Como la más delicada de las mariposas, estamos hechos de un polvo que se desvanece, poco a poco, con la seguridad de que es mejor ser que no ser, volar un instante que no volar nunca. Y, como el ave Fénix, cuyas cenizas siempre resurgen, volveremos a encontrarnos en mejores circunstancias o en otras vidas, porque el alma es eterna y la muerte es sólo una ilusión. Mientras tanto, desde mi tumba, mi ser a lo lejos seguirá oyendo el rumor de las olas y a mi joven rostro seguirá acariciando la suave brisa de mi querido mar.









Fuentes:

-Montaigne, Michel: Ensayos completos. Biblioteca Avrea. Ediciones Cátedra, Madrid, 2016.

-Satz, Mario: El alfabeto alado. Acantilado, Barcelona, 2019. 

-Wisser, Richard: Muerte e inmortalidad en el sentir de Platón. Revista Folia Humanística, tomo V, número 54. Editorial Glarma, Barcelona, Junio de 1967. 

-Nhat Hanh, Thich: La muerte es una ilusión. Colección Zenith. Editorial Planeta, 2018.


Noelia Rodríguez Padilla. 

lunes, 28 de octubre de 2019

MANUEL CHAVES NOGALES, NARRADOR EXCEPCIONAL DE LA ESPAÑA DE 1936.



La de Chaves es una vida corta, pero lo importante es lo que hizo en esa vida corta, que es ver y denunciar antes que muchos, antes incluso que Koestler, antes que muchas gentes, el horror del totalitarismo. Es decir, equiparar por primera vez, seguramente en España ninguno con tanta lucidez, el totalitarismo de derechas y el totalitarismo de izquierdas, a los nazis, a los fascistas y a los bolcheviques.
 Andrés Trapiello.


(...)Y, por supuesto, sin buenos ni malos. Las dos Españas mamaron la misma leche (...).

Creo que son días oportunos para leer despacio y comprendiendo lo que se lee (ojalá se trabajara con este texto en los colegios) el prólogo de "A sangre y fuego" (1937) de Chaves Nogales. Debería ser lectura obligatoria para cualquier español del siglo XXI.
Arturo Pérez-Reverte.

(...)Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España (...).
(...)Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo (...).
Manuel Chaves Nogales. A sangre y fuego.


(...)Entre los hunos -rojos- y los hotros -blancos (color de pus)- están desangrando, ensangrentando, arruinando, envenenando y-lo que para mí es peor- entonteciendo a España (...).
Miguel de Unamuno (carta al director de ABC de Sevilla, de fecha y lugar Salamanca 2.XII.1936- carta reproducida en las páginas 153-154 de Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie, de Juan eslava Galán-).

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Para quienes no hemos vivido de cerca los episodios históricos relacionados con la guerra civil española, ni en los años inmediatamente posteriores a la misma, ni tampoco el Franquismo, porque no habíamos nacido, ni tampoco hemos podido estudiar -desde la debida distancia que otorga una mayor y mejor visión o perspectiva de las cosas-, esas etapas históricas de España porque nos decían los profesores que aún quedaba demasiado reciente, solo nos queda acogernos a lo que dicen los historiadores -más o menos parciales-, además de los pocos libros existentes y documentos publicados y, sobre todo, la memoria de quienes sí fueron testigos, directos o indirectos, de todos esos horribles e inolvidables sucesos. Uno de esos libros, que constituye un testimonio directo de lo acontecido en la etapa inicial a la guerra, es la obra escrita por el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, publicada por primera vez en la editorial chilena Ercilla, en 1937. En palabras del escritor Arturo Pérez-Reverte (gracias a su labor de difusión, supe de esta obra y de su autor, al que desconocía por completo), Chaves Nogales fue un "reportero a la altura o por encima de Josep Pla y de César González Ruano, fue en opinión de muchos, el mejor periodista español del siglo XX (...). Fue ninguneado y desapareció de la luz pública durante medio siglo. No estuvo ni con los que ganaron la guerra y la perdieron en los manuales de literatura, ni con los que la perdieron en las trincheras y la ganaron en las librerías". Esta obra, de menos de cuatrocientas páginas, destaca especialmente, de entre todos los libros publicados acerca de la guerra civil española, por su ecuanimidad, objetividad y limpieza de ideologías e intentos de adoctrinamiento. En palabras de la profesora e investigadora Mª Isabel Cintas Guillén, experta en la figura de Chaves Nogales, "el libro, desconocido en españa, estuvo perdido por librerías de viejo y olvidado, al igual que su autor, que apenas se salvaba con las reediciones de Alianza de Juan Belmonte, matador de toros. Tras largos años de silencio, en 1993, se recogió en la Obra Narrativa Completa de Chaves Nogales que publicó la Diputación de Sevilla. Y, desde entonces, en una lenta reivindicación del periodista, sus obras han conocido variadas ediciones". Todos los expertos que recomiendan la lectura de la obra de Chaves Nogales, ponen como excusa o motivo que hace necesaria dicha lectura, que la prosa de este injustamente olvidado periodista está "desprovista del encono, la rabia y la ofuscación que aparece en otros relatos de guerra. Prosa limpia, ecuánime, independiente". Todos vienen a destacar, muy especialmente, el prólogo que el periodista realizó a su obra A sangre y fuego.Héroes, bestias y mártires de España, por haberse constituido en sí mismo un verdadero "manifiesto de equilibrio y una lección de cordura". Tras su lectura podemos comprobar que,  tristemente, el ambiente político y social de la España de hace ochenta y tres años que se nos describe en determinados pasajes, guarda demasiadas similitudes con la situación actual. Por este motivo, libros como éste son imprescindibles para que la historia no vuelva a repetirse.



El periodista Manuel Chaves Nogales, a la derecha de la imagen.




PRÓLOGO:


"Yo era eso que los sociólogos llaman un "pequeño burgués liberal", ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio - como dicen los marxistas -, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.
Sí, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de la redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente mis errores. Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario.
En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo.
Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.
De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable.
Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el "camarada director", y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de "pequeñoburgués liberal", de la que no renegué jamás.
Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo.
Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.
Los "espíritus fuertes" dirán seguramente que esta repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida humana más valor del que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo.
Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria. Pero, la verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena a uno el general Franco, o un kirguís de Occidente, como quisieran los agentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable de mundo que nos queda, aun a sabiendas de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre  su existencia. De cualquier modo, soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa.
Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición de ciudadano de la República Española no me obligaba a más ni a menos. El poder que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombre que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es el porvenir de España.
El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes -según la imagen clásica- va a mantener en servidumbre a los celtíberos supervivientes, puede salir indistintamente de uno u otro lado. Desde luego, no será ninguno de los líderes o caudillos que han provocado con su estupidez y su crueldad monstruosas este gran cataclismo de España. A ésos, a todos,absolutamente a todos, los ahoga ya la sangre vertida. No va a salir tampoco de entre nosotros, los que no hemos apartado con miedo y con asco de la lucha. Mucho menos hay que pensar en que las aguas vuelvan a remontar la corriente y sea posible la resurrección de ninguno de los personajes monárquicos o republicanos a quienes mató civilmente la guerra.
El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo.
No habrá más que una diferencia, un matiz. El de que el nuevo Estado español cuente con la confianza de un grupo de potencias europeas y sea sencillamente tolerado por otro, o viceversa. No habrá más. Ni colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática ni dictadura del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna ha de ser igualmente cruel e inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte, colocado bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras. Que sean éstas o aquéllas, esta mínima cosa que se decidirá al fin en torno a una mesa y que dependerá en gran parte de la inteligencia de los negociadores, habrá costado a España más de medio millón de muertos. Podía haber sido más barato.
Cuando llegué a esta conclusión abandoné mi puesto en la lucha. Hombre de un solo oficio, anduve errante por la España gubernamental confundido con aquellas masas de pobres gentes arrancadas de su hogar y su labor por el ventarrón de la guerra. Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España.
Caí, naturalmente, en un arrabal de París, que es donde caen todos los residuos de humanidad que la monstruosa edificación de los Estados totalitarios va dejando. Aquí, en este hotelito humilde de un arrabal parisiense, viven mal y esperan a morirse los más diversos especímenes de la vieja Europa: popes rusos, judíos alemanes, revolucionarios italianos..., gente toda con un aire triste y un carácter agrio que se afana por conseguir lo inasequible: una patria de elección, una nueva ciudadanía. No quiero sumarme a esta legión triste de los "desarraigados" y, aunque sienta como una afrenta el hecho de ser español, me esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos puedan desposeerme.
Para librarme de esta congoja de la expatriación y ganar mi vida, me he puesto otra vez a escribir y poco a poco he ido tomando el gusto de nuevo a mi viejo oficio de narrador. España y la guerra, tan próximas, tan actuales, tan en carne viva, tienen para mí desde este rincón de París el sentido de una pura evocación. Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera. A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí y, arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen ni dijesen.
Luchando con ellos y conmigo mismo por permanecer distante, ajeno, imparcial, escribo estos relatos de la guerra y la revolución que presuntuosamente hubiese querido colocar "sub specie aeternitatis". No creo haberlo conseguido.
Y quizá sea mejor así.

Montrouge (Seine), enero-mayo de 1937.





































Fuentes:

-Chaves Nogales, Manuel: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España. Libros del Asteroide, Barcelona, 2012.

-Eslava Galán, Juan: Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie. Planeta (colección Booket), Barcelona, 2014.

http://manuelchavesnogales.info/

https://elhombrequeestabaalli.wordpress.com/2013/03/08/entrevista-con-andres-trapiello/

https://www.xlsemanal.com/firmas/20171126/perez-reverte-el-hombre-que-si-estaba-alli.html