"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

martes, 21 de agosto de 2018

HOMERO Y LA AURORA DE LOS DEDOS DE ROSA.

¿Por qué me interrogas sobre el abolengo? Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generación humana nace y otra perece.
Homero. La Ilíada (Canto VI).

Ven, no obstante, buen viejo y entremos en mi cabañuela y cuando hayas con pan y vino saciado tu ánimo, me dirás en qué sitio naciste y qué penas te agobian.
[...] Huésped, yo por muy pobre que sea quien venga, no suelo despreciar a ninguno, pues todos, mendigos y huéspedes, son de Zeus y no hay don tan pequeño que no se agradezca [...]
Homero. La Odisea (Canto XIV. Conversación de Odiseo con Eumeo).
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Mucho antes de que Tshai Lun (un eunuco y consejero imperial de la Corte de los Han, en la China del siglo I d.C.) empleara por primera vez el papel, como soporte de la escritura, el ser humano vio la necesidad de conservar  -o salvar para la posteridad- los textos más importantes o de más relevancia para la sociedad, dando lugar a las primeras inscripciones en piedra, sobre el siglo V a.C.,  de ordenanzas, textos religiosos, leyes, etc. Después, los escritos "menores" (los literarios, por ejemplo) se inscribían en arcilla, por ser ésta mucho más moldeable. Pero los textos más "oficiales" siguieron siendo inscritos en piedra.

 Una de estas antiguas inscripciones en arcilla ha sido descubierta hace pocos meses muy cerca del Santuario de Olimpia, en Grecia, y los investigadores afirman que es la más antigua de las inscripciones encontradas hasta ahora. El texto recoge trece versos de la Odisea de Homero, concretamente trece versos del Canto XIV:  La conversación de Odiseo con Eumeo. Sin duda, se trata de  uno de los fragmentos más hermosos de la Odisea y el más digno de ser protegido del olvido, pues simboliza uno de los valores éticos más importantes para la Grecia antigua: la HOSPITALIDAD. Cuando Odiseo, recién llegado a Ítaca y convertido en un anciano mendigo, totalmente irreconocible, gracias a los poderes de la diosa Atenea ("lo tocó con la vara la diosa Atenea. Hizo que se secara su piel en sus miembros flexibles, y después suprimió en su cabeza los blondos cabellos, y los miembros del cuerpo cubrió con la piel del anciano, puso sarna en sus ojos que fueron tan bellos entonces; a los hombros le echó unos andrajos y luego una túnica destrozada, mugrienta y perdida de manchas de humo, y la piel de una cierva veloz, ya sin pelo y muy grande, y un cayado le dio y un astroso zurrón lleno todo de agujeros, que por bandolera tenía una cuerda."), acude en busca de su criado Eumeo, un anciano que le cuidaba los cerdos de su inmensa hacienda, éste nada más verlo, sin reconocer a su amo, todo andrajoso, no dudó en acogerlo en su cabañuela, dándole de comer y beber, dando prueba de cumplimiento de su HOSPITALIDAD, pero además, también, de una inmensa caridad, al tratarse su huésped de un anciano y necesitado mendigo. Odiseo pudo comprobar, después, que su viejo criado Eumeo no sólo lo había acogido sin desprecio alguno, sino que además era un criado absolutamente fiel a su amo, su lealtad era tal con su amo que fue merecedor de la mejor de las relaciones posibles entre dos personas: la amistad. Todo ello explica la existencia de la placa de arcilla hallada, referente a este fragmento de La Odisea: no sólo por su belleza formal era merecedora de su inscripción, además contiene un mensaje universal lleno de principios éticos y morales que reflejan lo mejor de la especie humana.

 Acerca de la "cuestión homérica", la discusión sobre el origen de los poemas atribuídos a Homero, que tantos ríos de tinta ha provocado, llegando algunos autores incluso a afirmar que Homero nunca existió, el eminente helenista Francisco Rodríguez Adrados dice lo siguiente: "Por querer juzgar a Homero como un poeta cualquiera de una época posterior, ha habido entre los críticos una serie de malentendidos y errores que han llegado hasta el de postular que Ilíada y Odisea son un conglomerado de fragmentos inconexos de varios autores; es decir, hasta negarles su calidad de poemas. [...] Los críticos alejandrinos tienen de la obra literaria un ideal clasista y tratan de adaptar Homero a ese ideal mediante sus atétesis. Homero es perfecto, y no puede tener inconsecuencias, errores, cosas inexplicables, ni, mucho menos, atentados al buen gusto. [...] Homero es el reino de la repetición y rara es la frase que no aparece abundantemente repetida en los poemas: son las llamadas "fórmulas" [...].". Una de estas repeticiones, por cierto bellísima, que se reproduce muchísimas veces, a lo largo de toda la Odisea, es la siguiente: "Al mostrarse en el día la Aurora de los dedos de rosa...", haciendo referencia a la diosa del amanecer, hermana de Helios (el Sol) y Selene, y cuya suave luz rosada (sus dedos de rosa)  abren las puertas del cielo al carro del Sol...

Dicen los expertos que lo clásico es lo que no se puede mejorar. Lo clásico no sólo no pierde vigencia sino que va ganando con el transcurso del tiempo. Lo clásico es intemporal y universal. Es la expresión de esas realidades profundas que hay en cada ser humano. Varían las circunstancias y y el entorno, pero los sentimientos no cambian. Me parece que leer a Homero es hoy más emocionante que nunca porque una descubre que no han cambiado nada la naturaleza humana ni la fuerza de los sentimientos humanos. Si se compara la profundidad de este libro con las novedades del mercado editorial, podríamos concluir que el género humano está sometido a una monstruosa involución...Menos mal que aún podemos seguir deleitándonos con los versos griegos de la Odisea y con la delicada luz que todos los días nos dedica, desde su celestial amanecer, la Aurora de los dedos de rosa.



Encuentro de Odiseo con Eumeo. Marc Chagall (1974).






 CANTO XIV
Conversación de Odiseo con Eumeo (fragmento)

Desde el puerto, por sitios selvosos, tomó áspera ruta,
entre algunas colinas, adonde le dijo Atenea
 que hallaría al porquero, el cual era de todos los siervos
de Odiseo divino el que más por sus bienes miraba.
Y sentado lo halló ante la puerta de un bello chiquero
grande y bien construido, en un sitio de vista apacible,
alto y que rodearse podía; y el mismo porquero
lo hizo para los cerdos del rey que encontrábase ausente,
sin que de ello supieran el ama ni el viejo Laertes,
con molones, cercándolo todo de un seto espinoso;
puso fuera, de un lado a otro lado, una serie de estacas
muy espesas y juntas, cortadas del alma de un roble;
construyó luego doce pocilgas adentro, muy juntas,
dormideros de cerdas de cría, y en cada uno de ellos,
sobre el suelo, se echaban cincuenta marranas, y todas
parideras, y afuera los machos pasaban la noche,
y eran menos, pues los pretendientes divinos, su número,
al comerlos, menguaban, pues siempre el porquero enviábales
el mejor y más gordo de todos los cerdos que había;
y trescientos sesenta era entonces el número de ellos.
Siempre hallábanse allí cuatro perros lo mismo que fieras
 que el porquero crió, el mayoral de los mozos pastores.

A sus pies ajustábase entonces un par de sandalias
que cortaba del cuero de un buey, de color muy hermoso;
y él al cuarto lo había enviado a llevar a la villa
ese cerdo obligado que los pretendientes soberbios
inmolaban y luego con él su apetito saciaban.

Y de pronto a Odiseo advirtieron los perros ladrantes,
y, ladrando, lanzáronse a él, mas sentóse Odiseo
con astucia, y dejó que el cayado en el suelo cayera.
Tal vez junto a su establo un azar vergonzoso pasara
si no hubiese acudido veloz el porquero, apartándolos,
tan de prisa que el cuero teñido escapó de sus manos.
Dando voces y echándoles piedras logró que los perros
dispresáranse por la zahúrda y habló así a su amo:

-Por muy poco, ¡oh anciano!, mis perros te hubiesen al punto
destrozado, ¡y menuda vergüenza me hubiera causado!
Ya los dioses me dan ocasión de que sufra y suspire.
¡Mi divino señor! Yo por él me apesaro y me duelo
aquí, junto a estos cerdos cebados, y al fin para que otros
se los coman, y en tanto él quién sabe las hambres que pasa
por ciudades y pueblos de gentes de lengua extranjera,
y si vive y si miran sus ojos la luz que contenta.
Ven, no obstante, buen viejo y entremos en mi cabañuela
y cuando hayas con pan y con vino saciado tu ánimo,
me dirás en qué sitio naciste y qué penas te agobian.

Así dijo el divino porquero, y llevólo a su choza
y le hizo que entrara y después se sentase en el suelo
que cubrió con la piel de una cabra salvaje, muy grande,
muy vellosa y tupida, que hacía las veces de lecho.
Y contento Odiseo de ser acogido así, dijo:

-Zeus te dé, huésped mío, y todos los dioses eternos
todo lo que más quieras, ya que me acogiste benévolo.

Y tú entonces, Eumeo, el porquero, así respondiste:

-Huésped, yo, por muy pobre que sea quien venga, no suelo despreciar a ninguno, pues todos, mendigos y huéspedes,
son de Zeus y no hay don tan pequeño que no se agradezca,
que así son nuestros dones, pues tienen los siervos el miedo
en el cuerpo metido, si el amo que manda es muy joven,
porque al mío los dioses le impiden volver a su casa,
y él, pues mucho me quiso, me hubiese ofrecido unos bienes,
una casa, un pedazo de campo y esposa estimable,
todo cuanto da un amo benévolo al siervo que tiene
cuando mucho por él trabajó y un dios hace que medre
la obra suya, tal como ha medrado el trabajo que llevo.
Me valiera de mucho mi dueño si aquí envejeciese,
mas murió ya. ¡Ojalá pereciera la estirpe de Helena,
totalmente, pues a tantos hombres quebró las rodillas!
También él se fue a Ilión, la ciudad de los bellos corceles,
y allí, por el honor del Atrida, luchó con los teucros.

Dijo, y presto con el ceñidor ajustóse la túnica,
y se fue a la pocilga en que estaba encerrada la piara
y volvió con dos cerdos a los que inmoló prestamente,
chamuscó, cuarteó y espetó en los espiches al punto.
Cuando estuvo ya asada la carne ofrecióla a Odiseo,
aún en los espetones, con polvo de harina blanquísima.
En su cuerno mezcló un vino dulce que miel parecía,
se sentó frente a él e, invitándolo, habló de este modo:

-Come, huésped, lechón del que está permitido a los siervos
porque los pretendientes devoran los cerdos cebados
sin piedad ni temor de que puedan vengarse los dioses.
A los dioses dichosos no agradan las obras perversas,
premian lo que es más justo y los actos sensatos del hombre.
Aun aquellos que invaden ajeno país, enemigos
 y varones malvados, y Zeus el botín les permite,
y, repletas las naves, embarcan y a casa regresan,
también sienten temor de que en ellos se venguen los dioses.
Mas aquéllos, por boca de un dios han sabido qué muerte
lamentable ha tenido mi amo, y de justa manera
no hacen la petición ni se van a sus casas:tranquilos,
los bandidos nos van devorando sin tasa la hacienda.
Así todos los días y noches que Zeus nos envía,
y no una ni dos, sacrifican las reses que quieren
y bebiendo sin tino consumen el vino y lo agotan.
Era inmensa la hacienda del amo y no había en el negro
continente un señor que tuviera lo que él poseía,
ni en la isla siquiera, pues veinte señores reunidos
no tendrían sus bienes. Y voy a decírtelos todos.
Doce greyes de vacas en el continente; otras tantas
de corderos y doce piaras y doce cabriadas
que apacientan allí sus pastores y sus jornaleros.
Aquí tiene también once hatos de innúmeras cabras,
al extremo del campo, guardadas por buenos cabreros;
cada uno de ellos envía una res a diario,
la que a él le parece mejor, de sus cabras gordísimas.
Y yo guardo y protejo a estas cerdas de cría, y envío,
a diario también, el mejor de los cerdos que tengo.

Dijo así y Odiseo comía y bebía incansable,
silencioso y pensando en los males de los pretendientes.

Terminada la cena y repuesto con ella su ánimo,
el porquero llenóle de vino el tazón que él usaba.
Y él tomó con el ánimo alegre el tazón que ofrecíale,
y, elevando la voz, pronunció estas palabras aladas:

-¿Quién ha sido, ¡oh amigo!, aquel que te compró con sus bienes
 y era tan opulento y de tanto poder como cuentas?
Me dijiste que por el honor del Atrida había muerto.
Dime el nombre, quizá he conocido yo a un rey tan ilustre.
Pero Zeus y los dioses eternos sabrán si lo he visto,
y tal vez pueda darte noticias, que anduve muchísimo.

Y el porquero le habló, el mayoral de los mozos pastores:

-A ningún vagabundo, ¡oh anciano!, que traiga noticias
de mi amo, la esposa o su hijo darán ningún crédito,
pues aquellos que van errabundos y ayuda precisan,
trapalean a gusto y no suelen hablar francamente.
Vagabundo que al pueblo de Ítaca consigue acercarse,
en seguida va a ver a mi ama y le cuenta patrañas,
y ella, en cambio, lo acoge y regala y preguntas le hace
y se pone a llorar y su rostro se llena de lágrimas,
como llora la esposa al marido que ha muerto muy lejos.
También tú inventarías, ¡oh, anciano!, un embuste, si un manto
y una túnica para cambiar tus vestidos te dieran.
Mas los perros y rápidas aves ya habrán separado
de sus huesos la piel, y su aliento vital habrá huido,
o en el mar lo han comido los peces, y yacen sus huesos
en la playa, y profundas arenas los cubren ahora.
Muerto está aquí o allí, y sus amigos muy tristes se quedan,
y yo más todavía porque tan benévolo dueño
no podré nunca más encontrar dondequiera que vaya,
aunque junto a mi padre y mi madre, a su casa, volviera,
allí donde nací y donde fueron criándome ellos.
Y no tanto por ellos suspiro, a pesar de lo mucho
que mis ojos quisieran hallarlos de nuevo en mi patria,
como ver a Odiseo romper una ausencia tan larga.
Ya vez, huésped, que, aun cuando no esté, yo respeto tu nombre,
pues amábame mucho y en su corazón me tenía,
y le llamo mi hermano del alma por más que esté ausente.

Y Odiseo paciente y divino repúsole entonces:

-Veo, amigo, que todo lo niegas y estás muy seguro
de que no ha de volver y te sientes incrédulo el ánimo.
Mas te juro, y no es una invención lo que voy a decirte,
que Odiseo vendrá, [...].
  






Busto de Ὅμηρος Hómēros







Imágenes de la placa de arcilla hallada:































La diosa Aurora triunfando sobre la noche (1750). Jean-Honoré Fragonard.






Fuentes:



-HOMERO: ODISEA. Clásicos Universales Planeta. Editorial Planeta, Barcelona, 1993.

-  R. ADRADOS, FERNÁNDEZ-GALIANO, LUIS GIL, LASSO DE LA VEGA: INTRODUCCIÓN A HOMERO. Ediciones Guadarrama. Madrid, 1963.