"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

sábado, 10 de febrero de 2018

EL PARAÍSO, BAJO LA FORMA DE UNA BIBLIOTECA.



"Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca".
Jorge Luis Borges.

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En este tiempo actual, en el que existen ya más escritores que lectores, y donde el periodismo de verdad se ha visto mal suplantado por multitud de páginas proliferadoras de noticias falsas, compartidas, sin contrastar, por muchísimos usuarios incautos, de los que están llenas las redes sociales, el verdadero lujo reside hoy en día en el buen lector, ese que sabe aislarse de la parte más superficial, visible y ruidosa de la realidad de las cosas y opta por decidir emplear su tiempo libre en sumergirse en un buen libro o historia, siempre prefiriendo la lectura en papel, porque debe ésta ser leída, con plena libertad, y que no se deja confiar por las opiniones sospechosamente elogiosas escritas por críticos a sueldo de las editoriales y que suelen inundar las solapas de algunos libros de grandes ventas. Para ese buen lector, sin duda, la felicidad estará, entre otras cosas, en el agradable y cálido placer que transmite al tacto la rugosidad del papel, amarillento  o no, en que fueron impresos, hace muchos años,  los innumerables libros de su amada biblioteca. Y esa biblioteca se convertirá en un lugar mágico, donde el lector, cada vez que escoja un libro, amigo verdadero que nunca defrauda, sabrá que mientras dure su maravillosa lectura, en ese ratito especial, estará a salvo de la profunda superficialidad y el exceso de uniformidad en la que ha caído gran parte de la sociedad humana.



Borges, en la Biblioteca Nacional de Argentina.




-UN LECTOR-


Que otros se jacten de las páginas que han escrito; 
a mi me enorgullecen las que he leído.
 No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones, los modos,
la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
Mis noches están llenas de Virgilio;
haber sabido y haber olvidado el latín
es una posesión, porque el olvido
es una de las formas de la memoria,
su vago sótano
la otra cara secreta de la moneda. 
Cuando en mis ojos se borraron
las vanas apariencias queridas,
los rostros y la página,
me dí al estudio del lenguaje de hierro
que usaron mis mayores para cantar
espadas y soledades,
y ahora, a través de siete siglos,
desde la Ultima Thule,
tu voz me llega, Snorri Sturluson.
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con la noche.
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.

Jorge Luis Borges. Elogio de la sombra.