La persona que pierde su intimidad, lo pierde todo.
Milan Kundera.
Hoy hace exactamente dos años, en una habitación de un hotel de la
ciudad de Hong Kong, tres periodistas y yo trabajábamos con nervios
mientras esperábamos para comprobar la reacción del mundo ante la
revelación de que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, en sus siglas
en inglés) mantenía registros de casi todas las llamadas telefónicas
realizadas en Estados Unidos. En los días siguientes, aquellos
periodistas y otros publicaron documentos que revelaban que Gobiernos
democráticos vigilaban las actividades privadas de ciudadanos corrientes
que no habían hecho nada malo.
En cuestión de días, el Gobierno de Estados Unidos respondió
presentando cargos en mi contra al amparo de leyes sobre el espionaje de
la época de la Primera Guerra Mundial. Los periodistas fueron
informados por sus abogados de que ellos también corrían el riesgo de
ser detenidos o de recibir una citación si regresaban a Estados Unidos.
Los políticos se apresuraron a condenar nuestros esfuerzos, por
antiamericanos, e incluso por traidores.
En mi fuero interno, hubo momentos en que me preocupó la posibilidad
de que hubiéramos puesto en peligro nuestras vidas privilegiadas para
nada, de que la opinión pública reaccionara con indiferencia, o adoptara
una actitud de cinismo ante las revelaciones.
Nunca he dado bastante las gracias por estar tan equivocado.
Y es que dos años después, la diferencia es profunda. En un solo mes,
los tribunales estadounidenses declararon ilegal el programa invasivo
de seguimiento de llamadas telefónicas de la Agencia Nacional de
Seguridad y el Congreso lo desautorizó. Tras una investigación realizada
por la Casa Blanca, que concluyó que este programa nunca había detenido
ni un solo ataque terrorista, hasta el presidente, que llegó a defender
su razón de ser y criticó que fuera revelado, ha ordenado ahora su
cierre.
Este es el poder de una opinión pública bien informada.
Poner fin a la vigilancia masiva de las llamadas telefónicas privadas
en aplicación de la Ley Patriótica (Patriot Act) estadounidense es una
victoria histórica para los derechos de todos los ciudadanos, pero solo
es el último fruto de un cambio en la toma de conciencia global. Desde
2013, instituciones de toda Europa han declarado ilegales otras leyes y
operaciones semejantes y han impuesto nuevas restricciones a futuras
actividades. Naciones Unidas proclamó que la vigilancia masiva
constituía una violación de los derechos humanos sin paliativos. En
América Latina, los esfuerzos de ciudadanos de Brasil dieron lugar al
Marco Civil, primera Declaración de los Derechos en Internet en todo el
mundo. Reconociendo el decisivo papel que desempeña una población bien
informada a la hora de corregir los excesos del Gobierno, el Consejo de
Europa pidió la promulgación de nuevas leyes que impidan la persecución
de aquellos que denuncian irregularidades.
Más allá de las fronteras de la ley, los progresos se han producido
con mayor rapidez si cabe. Los técnicos han trabajado de modo incansable
para rediseñar la seguridad de los dispositivos que nos rodean, junto
con el propio lenguaje de Internet. Se han detectado y corregido
deficiencias secretas en infraestructuras críticas que los Gobiernos han
aprovechado para facilitar la vigilancia masiva. Salvaguardias técnicas
básicas como la encriptación —antes considerada esotérica e
innecesaria— están habilitadas ahora por defecto en los productos de
empresas pioneras como Apple, lo que garantiza que, aun en el caso de
que suframos el robo del teléfono, nuestra vida privada sigue siendo
privada. Estos cambios estructurales de carácter tecnológico pueden
garantizar el acceso a privacidades básicas más allá de las fronteras,
aislando a los ciudadanos corrientes de la aprobación arbitraria de
leyes contra la privacidad, como las que ahora se abaten sobre Rusia.
Aunque hemos recorrido un largo camino, el derecho a la privacidad
—fundamento de las libertades consagradas en la Carta de Derechos de
Estados Unidos— sigue estando bajo amenaza por parte de otros programas y
autoridades. Algunos de los servicios en línea más populares del mundo
han sido reclutados como colaboradores en los programas de vigilancia
masiva de la Agencia Nacional de Seguridad, y las empresas de tecnología
reciben presiones de Gobiernos de todo el mundo para que trabajen en
contra de sus clientes en vez de hacerlo en su favor. Se siguen
interceptando miles de millones de registros de localización y
comunicaciones de teléfonos móviles por orden de otras autoridades, sin
tener en cuenta la culpabilidad o inocencia de los afectados.
Nos hemos enterado de que nuestro Gobierno debilita de forma
intencionada la seguridad fundamental de Internet con “puertas traseras”
que transforman las vidas privadas en libros abiertos. Se siguen
interceptando y vigilando metadatos que revelan las asociaciones
personales y los intereses de usuarios corrientes de Internet en una
escala sin precedentes en la historia: mientras usted lee estas líneas,
el Gobierno de Estados Unidos está tomando nota.
Fuera de Estados Unidos, responsables de espionaje de Australia,
Canadá y Francia han aprovechado tragedias recientes para tratar de
obtener nuevos poderes intrusivos, a pesar de los abrumadores indicios
de que tales autoridades no habrían impedido en modo alguno los ataques.
El primer ministro británico, David Cameron, reflexionó recientemente:
“¿Queremos permitir que exista un medio de comunicación entre la gente
que ni siquiera podemos leer?”. No tardó en encontrar él mismo la
respuesta, y proclamó que “durante demasiado tiempo hemos sido una
sociedad pasivamente tolerante, en la que decíamos a nuestros
ciudadanos: siempre que acates la ley, te dejamos en paz”. Al comenzar
el nuevo milenio, pocos imaginaban que los ciudadanos de las democracias
desarrolladas no tardarían en verse en la necesidad de defender el
concepto de sociedad abierta contra sus propios dirigentes.
Pero el equilibrio de poder está empezando a cambiar. Estamos
presenciando la aparición de una generación posterior al terror, una
generación que rechaza una visión del mundo definida por una tragedia
singular. Por primera vez desde los atentados del 11 de septiembre de
2001, vemos atisbos de una política que se aparta de la reacción y el
miedo en favor de la resiliencia y la razón. Con cada victoria en los
tribunales, con cada cambio en la ley, estamos demostrando que los
hechos son más convincentes que el miedo. Y, como sociedad, estamos
descubriendo de nuevo que el valor de un derecho no reside en lo que
esconde, sino en lo que protege.
Edward Snowden fue analista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos.
FUENTES: