Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".
D. Bartolomé Soto Gil, desde el mes de Junio de 2022, en su blog titulado "CRÓNICAS DEL VIENTO SOLANO", comparte con los internautas unas excelentemente documentadas y muy completas historias relacionadas con Campillos (Málaga).
He aquí abajo, seguidamente, los enlaces a todas estas interesantes crónicas, ordenadas cronológicamente:
¿Quién sabe si vivir es lo que llamamos morir, y si morir es vivir?
EURÍPIDES.
---------------------------------------------
Estos días de otoño, de entre finales de octubre y primeros de noviembre, nosotros, seres mortales, nos acercamos más a la muerte, los difuntos y los cementerios que en todo el resto del año. Incomprensiblemente muchos critican las fiestas de Hallowen, por ser más "paganas" que la tradicional del Día de Todos Los Santos, cuando ambas festividades están basadas en lo mismo: rendir homenaje y tributo a nuestros muertos. El hombre es un ser funerario, desde que habitaba en las cuevas ya enterraba a sus muertos. Y ese respeto y tradición de honrar a los ancestros lo realizaban los druidas ya hace más de tres mil años, con el "Samaín", antecedente del actual Halloween, aunque menos grotesco y comercial, desde luego. En esa noche sagrada, las puertas del Más Allá se abren para que los muertos visiten el mundo de los vivos. Otras dimensiones, de las infinitas que existen en la inabarcable y profundamente misteriosa realidad que nos rodea. En estos días, conectamos más con ellos. Pero esto debería ser algo más habitual y no es así, porque nos han educado en el miedo a la muerte. La sociedad en la que vivimos nos ha inculcado el pánico a la muerte. No hay más que ver, estos días, el espectáculo de sangre y terror en que se ha convertido Halloween, máxima degradación del antiguo Samaín. El escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez, en su novela más conocida, "El Bosque Animado", nos deleita en uno de sus capítulos ("Primavera en el pazo") narrándonos la historia de fantasmas más conocida de todas, la leyenda de la Santa Compaña, quizás la más extendida de la cultura celta y no exclusiva de tierras gallegas. He aquí el extracto del capítulo donde se nos habla de esta fantasmagórica procesión de almas en pena. En este capítulo, la leyenda es utilizada para amendrentar a unos mozos, con la intención de asegurarse que no salgan por la noche en busca de su amada Gudelia, extraña mujer de endiablado perfil, con encantos de sirena, y cuyos numerosos amantes acaban todos rápidamente en trágico final:
"(...)Le abrumaban el cansancio y el sueño. El molinero y los mozos sospechaban que venía huyendo de la justicia, y uno de ellos le habló:
-Parece haber andado muchas leguas, homiño.
Él asintió con la cabeza y, acaso irritado por su mudez, otro mozo insinuó con socarronería:
-Diríase que no le gusta caminar por las carreteras donde anda la guardia civil.
-¡Ojalá fueran esos mis enemigos -dijo entonces el hombre-, pero hay otras desdichas terribles de las que un cristiano no encuentra lugar donde esconderse sobre la tierra!
Tenía el acento cantarín de los montañeses de Orense. La inmensa tristeza de su voz sobrecogió a los mozos y ya no volvieron a molestarle.
-Mala noche hará hoy -profetizó uno de ellos para cambiar de tema.
-Peor de lo que nadie supone -intervino tío Pedro, que vio la ocasión de iniciar su propósito-, porque anda por aquí la Santa Compaña, que ayer vi yo sus luces desde el pazo, y esta cerrazón y este viento son lo más propicio para sus salidas.
Un aldeano quiso fanfarronear.
-¿Y usted la vio, don Pedro?
-Como te veo a ti -mintió-. Pasó lejos, pero la distinguí bien. Era una larga hilera de fantasmas blancos y cada uno llevaba una tea en la mano. Muchos hombres han perdido su paz y hasta su alma por no creer en estas cosas que son misterios que nunca podremos comprender. Lo que os aseguro es que yo no me tengo por un cobarde, y sin embargo, por nada del mundo andaría en una noche como la de hoy por los caminos.
-Pero dicen que si al encontrar a esas almas en pena se les ofrece una misa... -comenzó a decir el novio de Gudelia.
-No hay misa que valga, Andrés -siguió tío Pedro-; ni sirve ocultarse tras un vallado ni meterse tras de las matas. Ellas te ven, hagas lo que hagas y estés donde estés, siempre que sea en su camino. Entonces no hay salvación para ti. La procesión no se detiene nunca, pero el último fantasma de la hilera se acerca a ti, en silencio, te pone una luz en la mano y has de seguir detrás de ellos hasta el amanecer, una noche y otra, por valles y por montes, pasando ríos y bosques, hasta que alguna vez encuentres en el camino otro mortal al que entregar la tea. Sólo entonces quedas libre.
Las sombras comenzaban a hacer más viva la luz de la hoguera. Un vago malestar se extendió sobre el grupo.
-Todas las noches -continuó tío Pedro-, el desdichado que encontró la Santa Compaña es llamado irresistiblemente por ella. Sonarán unas campanas que nadie oirá más que él, y un vendaval agitará la casa donde se esconda. Entonces, irresistiblemente, saldrá a incorporarse a la ringlera y a caminar desesperado, lleno de horror con aquella compañía de difuntos, sin poder escapar ni descansar, ni aun desmayarse.
Parece que tío Pedro contó todo eso aún con más impresionantes palabras y describió minuciosos espantos y fingió él mismo sobrecogerse ante tan tremenda realidad, aunque verdaderamente no sólo se había burlado de las supersticiones aldeanas, sino que su descreimiento se extendía, por desgracia, a más graves asuntos que atañían a la verdadera fe. Pero él pretendía impresionar a sus oyentes, cuya propensión a lo sobrenatural conocía, para conseguir que el novio de Gudelia renunciase aquella noche a ir hasta Vos. El pobre hombre estaba acaso en la lucha entre el amor y el miedo, contemplando el fuego cavilosamente. Los demás mozos sentíanse llenos de un temeroso respeto hacia los enigmas que llenan de pavor la sombra de las noches. El desconocido, más hondas las arrugas de su rostro color de tierra, no podía apartar de tío pedro los ojos espantados entre el ribete de sangre de los párpados. Cuando los mozos le sirvieron más vino, lo bebió suspirando y sus manos temblaban.
-¿ No podría dormir hoy aquí -pidió-, en cualquier rinconcito?
Y como el molinero vacilase:
-¡Hágalo por sus difuntos! -suplicó.
Le otorgaron permiso. Tío Pedro marchó disimulando su contento, seguro de que Andrés no se atrevería a aventurarse por la lobreguez de las corredoiras, porque los fantasmas del miedo, si no en los caminos de la aldea, estarían ya haciendo la ronda en su propia alma.
Ya había cerrado la noche y tenía mucho que andar y por malos senderos, pero no era la primera vez que emprendía semejantes paseatas y por devaneos que no le interesaban tanto. No llovía. El viento no dejaba parar a las nubes cargadas de negrura y de agua. Al entrar en los pinares que circundan la aldea de Vos, la noche de hizo más espantosa, porque los pinos silbaban y se entrechocaban como si se estuviesen batiendo. Las piñas verdes, desprendidas, caían y rebotaban en la oscuridad, cerca y lejos, y era allí donde la fueria del huracán parecía más enloquecida.
Nuestro tío don Pedro iba, sin embargo, feliz porque pensaba en tener pronto junto a sí a Gudelia y en reir juntos de la estratagema empleada, aunque no hay que creer que dedicase a reir demasiados minutos al lado de una mujer tan hermosa. Pero de pronto se paró. Acababa de distinguir un resplandor que se acercaba desde lo profundo del bosque. Y aquel resplandor fue avanzando, avanzando, y tío Pedro pudo ver una hilera de espectros envueltos en blancos sudarios para los que no parecía existir el viento, porque caían en blandos pliegues que sólo alteraba el andar. Cada fantasma llevaba en su diestra una antorcha encendida, y al moverse entre los pinos, la larga sombra de los troncos giraba y se extendía como si quisiese huir.
Pasaron tan próximos a él, que tío Pedro pudo ver, a la luz que portaban, la calavera de cada aparecido, alguna podrida ya por la humedad de la tumba, otras con los dientes mellados en la amplia hendidura, y las cuencas llenas de sombra y de tierra, que parecían ver con ojos que ya no existían. Pero ninguno miró hacia él. Las antorchas avivaban su llama con el vendaval y semejaban ligarlos a todos con una cadena ininterrumpida de humo. Iban a distancia igual, uno detrás de otro y no había obstáculo que los desviase. Don Pedro se dio cuenta de que no era una alucinación provocada por sus historias de miedo en el molino. Parece que pensó, aterrado, en que jugara, sin saberlo, con la verdad. En esto, el último fantasma separóse de sus tétricos compañeros para acercarse a él y le ofreció su tea encendida. Con más horror que si tuviese ante sí un esqueleto, don Pedro vio el rostro humano color de tierra, inmensamente fatigado, y los ojos vivos, lleno de espanto entre los párpados sanguinolentos, del desconocido viajero del molino.
Una fuerza sobrenatural le hizo coger la antorcha y le arrastró hacia la caravana de las almas en pena, ocupando en la Santa Compaña el lugar del labriego. Lo último que oyó fue un suspiro profundo, como si un alma vaciase en la noche todo el horror que pudiese causarle una visita al infierno.
- ¡Oh, tía Emilia -exclamó Rosina- , si recuerdo después esta historia, no podré dormirme! Pero te agradezco que me la hayas contado a la luz del sol.
- Se supo -prosiguió doña Emilia- que el desconocido venía huyendo de su tierra por creer que así podría escapar a la Santa Compaña en la que había caído, pero no sabía que en tales casos es inútil hasta el atravesar los mares más anchos, y no quedó libre sino en el momento en que pudo poner en otra mano la luz que llevaba en la procesión de las ánimas. Como le sucedió a tío Pedro. Cada noche sonaban las campanas de la parroquia, aunque nadie más que él las oía, y una larga ráfaga pasaba rozando las ventanas del pazo. Era la señal, y tío Pedro se lanzaba la noche, como un hipnotizado, sin que ninguna precaución pudiese evitarlo. Hizo cerrar por fuera la puerta y la ventana de su dormitorio, que era el cuarto más alto de la torre, y no obstante, salió, sin saber él ni nadie por dónde. Si sus noches eran demoníacas, imaginaos cómo eran sus días, pasados en la angustiosa espera de aquel inesquivable tormento. Casi un mes vivió así. Al fin un día se sintió inexplicablemente más tranquilo, y aquella noche no sonaron para él las campanas de la señal. Comprendió que había dejado ya un desdichado sucesor en la Santa Compaña, sin que pudiese saber cómo ni a quién, porque los que van en ese peregrinaje macabro no se acuerdan de nada después y sólo conservan el malestar de una pesadilla.
Desde entonces cobró horror a la oscuridad y no salió del pazo en cuanto el sol no alumbraba, en los pocos meses que aún vivió (...)"
Vemos cómo se santiguan, echándose agua bendita, las devotas mujeres en esta escena de arriba de la película de Jose Luís Cuerda, basada en la novela de W. F.F., cuando hablan entre sí de la Santa Compaña. La Iglesia, desde hace siglos y hasta hace poco, ha utilizado la muerte como arma muy eficaz para controlar (y recibir generosas prebendas, a través de las indulgencias para las ánimas del Purgatorio) a sus fieles. El cielo, el infierno, el purgatorio y la muerte, se nos imponían indecorosa e impunemente ante cualquier sospecha mínima de pecado. Una vez más, la muerte como arma para crear miedo.
Dijo Cicerón que "filosofar no es sino prepararse a morir". La máxima sabiduría seguramente esté en enseñarnos a no temer el morir y, desde luego, cambiar nuestra manera de abordar todo lo relacionado con la muerte y tratarla como algo natural, consustancial a la vida. Por eso, deberíamos ser más receptivos a querer que los espíritus de nuestros queridos familiares difuntos nos visiten, en los cementerios ya sólo quedan los restos de una carcasa, el alma voló a su destino y, de vez en cuando, regresan a visitarnos, mientras sigamos vivos. Los muertos no deberían dar miedo a nadie sensato. De quienes realmente hemos de huir no es de los muertos, sino de los mortales y del odio que éstos pueden generarnos, pura energía negativa que sólo existe entre los vivos, y que puede convertir nuestra existencia en un infierno, el mismo en el que, todas las noches, en determinados lugares, procesionan las almas en pena de muchos seres desgraciados.
Alguien dijo que el recuerdo es el perfume del alma y que el recuerdo es, también, la presencia invisible. Cuando una persona muy querida para nosotros muere, lo último que hacemos, pasados los primeros días de duelo, es deshacernos de sus cosas personales. Y, de entre sus cosas personales, la ropa es lo que más nos hace sentirnos cerca de su ser y de su recuerdo. Cuando quieres comunicarte mentalmente con un ser querido que ya no está físicamente con nosotros, lo mejor es coger una prenda suya o un objeto en el que esta persona haya dedicado parte de su existencia. Una creación suya. Mi madre era aficionada a la pintura al óleo y, de entre todos sus cuadros, hay uno en especial, que me resulta muy apropiado para un reencuentro con ella, a través del recuerdo. Una playa, con aguas turquesas y arena blanca. Cuando lo estaba pintando, qué sensación de felicidad le producirían esos tonos suaves, tan agradables a la vista, tan placenteros. Esas horas que disfrutó pintando ese cuadro son mi felicidad ahora. Ese recuerdome resulta ahora imborrable e indescriptible. Como decía Hellen Keller, que nació sordomuda y ciega, "lo que una vez disfrutamos nunca lo perdemos, porque todo lo que amamos se convierte en parte de nosotros mismos". A través de esta pintura, como si se tratara de un hilo invisible que conecta con la eternidad, recuerdo a mi queridísima madre Ascensión y me reencuentro mentalmente con ella en la orilla de esta playa paradisíaca.De pronto, tomamos conciencia de un mundo vibrante y fluido de sonido, luz y color. Escucho el rumor de las olas que rompen suavemente al llegar a la orilla y veo a mi madre sonreir, disfrutando del intenso azul del agua y de la agradable brisa que acaricia su joven rostro. En la luminosidad de este paisaje de luz, mi corazón y el de ella están conectados y profundamente emocionados. Al fin me reencuentro con ella, completamente sumida en la felicidad de su recuerdo.
Muy didáctico, ameno y divertido.
El libro me ha encantado. Se trata de aprender el
vocabulario de una manera muy original y divertida para los niños. Las
ilustraciones están muy bien conseguidas y la verdad es que este libro,
en su conjunto, es el ideal para iniciar a los niños más pequeños en la
lectura. Los pequeños lectores agradecerán tan amable y simpática forma
de aprender. Enhorabuena a la autora, Marta Pareja López, y a la ilustradora.
PETRA, EL PLANETA DE LAS LETRAS. MARTA PAREJA LÓPEZ Y ANA DOMÍNGUEZ. EDITORIAL MR. MOMO,SEVILLA,2022.
El historiador D. Julio Caro Baroja (1914 -1995), en el
prólogo al libro de su amigo D. Baltasar Peña, “Pequeña Historia de la Villa de
Campillos”, resalta la difícil labor que han realizado y realizan los
"cultivadores de la historia local, o los que llamamos historiadores de
sucesos particulares", dando gran valor a estas obras. Sobre la historia
de Campillos (Málaga) se han escrito muchos libros, pero libros que se centren
en la Guerra Civil, sólo hay unos pocos. Dos de ellos son los publicados por D.
Alfonso Ruiz Padilla: “CAMPILLOS,1936” (2012) e “HISTORIAS DE PUEBLOS DEL NORTE
DE MÁLAGA DURANTE LA GUERRA CIVIL” (2015). Ambos libros están repletos de
información documentada que su autor obtuvo tras una investigación minuciosa en
archivos y hemerotecas. Como afirma D. Bartolomé Soto Gil, prologuista de las
dos obras, el trabajo realizado por D. Alfonso Ruiz Padilla “es una importante
contribución al esclarecimiento de la verdad, y por tanto a la libertad y la
reconciliación de los españoles en unos momentos de grandes tensiones
políticas. Pretende contribuir, aunque sea con una aportación modesta, a salvar
la memoria de los que vivieron la guerra civil, de los que nacimos en la España
de la posguerra y de las generaciones actuales que están sufriendo la tentación
de destruir el patrimonio democrático recibido”. Inexplicablemente, estos
libros no están en el catálogo de libros de la Biblioteca Municipal de
Campillos. Todo obedece a la nefasta desidia, total y absoluta, cuando no a la
ideología sectaria e inquisidora de los responsables políticos del Ayuntamiento
de Campillos, desde hace muchísimos años, que no han sabido valorar el
importante trabajo realizado con estos libros. A estos señores, habría que
gritarles al oído lo que Stefan Zweig escribió en el memorable final de
“Mendel, el de los libros”: “Los libros se escriben para unir, por encima del
propio aliento, a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable
reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”.
Estoy convencido de que la mayoría de los padres nos sentimos orgullosos cuando vemos o escuchamos a uno de nuestros hijos aplicando algo que han aprendido de nosotros. Recordamos cómo reaccionaron el día que les enseñamos esa lección o les explicamos que ese comportamiento no era algo de lo que estar orgullosos. Recordamos la cara que pusieron, la rabia que sintieron cuando los corregimos o los animamos a hacerlo mejor.
"Él lo ha dicho primero" o "¡Ha empezado ella quitándome mi juguete!" Palabras para defenderse y justificarse. Sin embargo,ahí está ahora tu hija o tu hijo, enseñándole la misma lección a tus nietos, demostrándote que aquello que dijiste hace ya tantos años no ha caído en saco roto; que tus palabras fueron comprendidas y que siguen siendo válidas para la siguiente generación.
Sentimos orgullo, y un cierto alivio, al saber que las enseñanzas que nosotros recibimos en su momento siguen su recorrido. Quizá es lo único que podemos esperar: que la siguiente generación aprenda cómo se debe vivir, cuidándonos entre nosotros y respetando nuestra humanidad. Así que, imaginaos mi alegría cuando me pidieron que escribiera el prólogo para un libro de mi nieta, Mungi, sobre un principio que ha sido esencial en la educación de mis hijos y en la de toda nuestra comunidad.
El concepto de ubuntu simboliza para nosotros los aspectos fundamentales de la vida: valor, compasión y conexión. Siempre ha estado presente en mi vida. Desde muy pequeño, entendí que ser reconocido como una persona con ubuntu era uno de los elogios más bonitos que te podían decir. Casi a diario, nos animaban a utilizarlo con la familia, los amigos y los desconocidos, con todos por igual. Siempre he dicho que la idea y la práctica del ubuntu es uno de los mejores regalos que África le ha hecho al mundo; una idea con la que, por desgracia, no demasiada gente está familiarizada. Existe un proverbio africano en casi todas las lenguas del continente que describe a la perfección el concepto de "ubuntu" y que se traduciría más o menos así: "Una persona es persona a través de los demás". Esto significa que todo lo que aprendemos y experimentamos lo hacemos a través de las relaciones que establecemos con la gente que nos rodea. Por lo tanto, debemos ser conscientes de nuestras acciones y pensamientos no solo por cómo nos afectan a nosotros, sino también por el impacto que causan en los demás.
Lo que nos enseña este proverbio, y el ubuntu en general, se parece a la regla de oro presente en casi todas las enseñanzas basadas en la fe: "Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti". Pero el ubuntu va un paso más allá. No solo debemos estar atentos a lo que hacemos, sino a cómo lo hacemos. Cómo vivimos, hablamos y caminamos nos define tanto como nuestros actos. Una persona con ubuntu es alguien que valora todo lo que le rodea. Así pues, no es sólo una forma de comportarse, ¡es una forma de ser!
"Ubuntu para la vida diaria" te ofrece la oportunidad de reflexionar sobre cómo valerte del ubuntu para convertirte en una persona conciliadora que ve en cada interacción la posibilidad de mejorar su entorno. Las historias que Mungi comparte en este libro conectan con nosotros en un nivel o en otro. Son los retos a los que nos enfrentamos a diario en un mundo con ubuntu. Cada día es una oportunidad para mostrarse solidario y para cuidar y cultivar nuestras relaciones, ya sea a través de palabras, acciones o incluso del silencio y la inactividad.
Me siento feliz y orgulloso de poder recomendarte este libro que resume una filosofía que tanto ha significado para mí; y encima lo ha escrito mi nieta. Estoy convencido de que te abrirá los ojos, la mente y el corazón a una forma de ser, de existir en el mundo, y en consecuencia hará de este un lugar mejor y más solidario.
Que Dios te bendiga.
Arzobispo Desmond Tutu.
Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Mayo de 2019.
Fuente:
-NGOMANE, MUNGI: UBUNTU. Lecciones de sabiduría africana para vivir mejor (Everyday Ubuntu. Living better together, the African way). Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2020.
Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que, algún día, cada uno pueda encontrar la suya.
El Principito. Antoine de Saint-Exupéry.
La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre.
Séneca. Cuestiones naturales.
Tras
cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la
proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el
alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos
han transitado por el planeta Tierra. Y es en verdad un número
interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil
millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo.
Pero, cada una de esas estrellas es un sol, a menudo mucho más
brillante y magnífico que la pequeña y cercana a la que denominamos el
Sol. Y muchos -quizá la mayoría- de esos soles lejanos tienen planetas
circundándolos. Así, casi con seguridad hay suelo suficiente en el
firmamento para ofrecer a cada miembro de las especies humanas, desde el
primer hombre-mono, su propio mundo particular: cielo...O infierno. No
tenemos medio alguno de conjeturar cuántos de esos cielos e infiernos
se encuentran habitados, y con qué clase de criaturas: el más cercano de
ellos está millones de veces más lejos que Marte o Venus, esas metas
remotas aún para la próxima generación. Mas las barreras de la distancia
se están desmoronando, y día llegará en que daremos con nuestros
iguales, o nuestros superiores, entre las estrellas. Los
hombres han sido lentos en encararse con esta perspectiva; algunos
esperan aún que nunca se convertirá en realidad. No obstante, aumenta el
número de los que preguntan: ¿Por qué no han acontecido ya tales
encuentros, puesto que nosotros mismos estamos a punto de aventurarnos
en el espacio? ¿Por
qué no, en efecto? Sólo hay una posible respuesta a esta razonable
pregunta. Mas recordad, por favor, que ésta es sólo una obra de ficción. La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria.
La noche estrellada sobre el Ródano (1888). Vincent van Gogh.
En 1937 se publicó, por vez primera, Hacedor de Estrellas (Starmaker), del escritor británico Olaf Stapledon. Esta obra comienza así:
Una noche, descorazonado, subí a la colina. Los matorrales me cerraban a menudo el camino. Abajo se ordenaban las farolas de los suburbios. Las ventanas, con las cortinas bajas, eran ojos cerrados que observaban interiormente la vida de los sueños. Más allá de la sombra del mar, latía un faro. Arriba, oscuridad. (...) Arriba, la oscuridad reveló una estrella. Una trémula flecha de luz, proyectada quién sabe cuántos miles de años atrás, ahora alcanzaba mis nervios como un punto visible, y me estremecía. (...) La inteligencia, mirando más allá del astro, no descubría ningún Hacedor de Estrellas, sólo oscuridad; ningún Amor, ningún Poder siquiera, sólo nada. Y sin embargo, el corazón parecía cantar una alabanza. (...) Pero en mi corazón yo sabía que no era así. Ni aun las frías estrellas, ni aun la totalidad del cosmos con todas sus vacías inmensidades podían convencerme de que ese nuestro preciado átomo de comunidad, que era tan imperfecto, que moriría tan pronto, no tuviese ningún significado.
La voz del narrador, en primera persona, describe su situación como de un tránsito de su alma, desde el lugar físico en que se encuentra, cerca de su casa, hacia el infinito y más allá, en una especie de viaje astral, interestelar, extracorpóreo, por el cosmos desconocido. En todo momento, su sentimiento de nostalgia de la Tierra perturbaba su experiencia viajera por otros planetas, mundos, por otras Tierras, muchas de ellas habitadas y con parecidos asombrosos a nuestro mundo. Todo se le aparecía así, siendo consciente de la enorme magnitud del espacio y tiempo en que se encontraba de viaje, en el círculo infinito del tiempo cósmico, testigo del proceso de crecimiento y madurez del propio Hacedor de Estrellas (los cosmos creados por Él eran sus juguetes). Esa es la infinitud que los hombres llaman Dios. No es de extrañar que el narrador mirara a su alrededor con la misma angustia sobrecogedora, la misma adoración humilde y muda con que los viajeros humanos que cruzan el desierto miran las estrellas nocturnas.
Cuando el narrador finaliza su viaje astral, ya de vuelta al lugar de partida, se hace esta reflexión: ¿Y sin embargo? Miré nuestra ventana. Habíamos sido felices juntos. Habíamos descubierto o habíamos creado nuestro pequeño tesoro de comunidad, una roca solitaria en toda la agitación del mundo. Esto, no la inmensidad astronómica e hipercósmica, esto, y sólo esto, era el fundamento sólido de la existencia.
Este soñador de universos, en un principio descorazonado, termina por reconocer y aceptar la inmensa grandeza de la humildad de su pequeño hogar que, aunque finito, es toda su existencia conocida. Esperanzado, tras su viaje por las estrellas, se pregunta si tenemos que adorar a un poder superior a nosotros, ¿no tiene sentido reverenciar al Sol y las estrellas? Y se acuerda de las palabras escritas por Vincent van Gogh, en una de sus cartas a su hermano Theo: Tengo...una terrible necesidad...¿diré la palabra?...de religión. Entonces salgo por la noche y pinto las estrellas.
Fuentes:
-C.Clarke, Arthur: 2001, Una Odisea Espacial. Ediciones Plaza y Janés, Barcelona, 1997.